Best, el brasileñoirlandés
George Best es, sencillamente y sin la más mínima discusión, el mejor jugador que han producido las islas donde se inventó el fútbol. Si hubiese sido inglés, hubiera sido con diferencia la estrella de la selección que ganó la Copa del Mundo en 1966. Si hubiese sido brasileño, hubiera sido uno de los integrantes más destacados de aquella épica selección que se proclamó campeona del mundo en 1970. La mala suerte para todos los que amamos el fútbol (aunque quizá él no lo vea así) es que nació en Irlanda del Norte, cuya selección nunca le daría la proyección global que se merecía. Porque de haber triunfado a nivel internacional, de haber jugado en una selección como la holandesa de Cruyff o la alemana de Beckenbauer, nadie le discutiría el derecho a ser considerado como uno de los cinco o seis grandes de todos los tiempos.
Lo tenía todo. Un maestro del dribbling, era rápido, era valiente, era goleador, marcaba con ambos pies y de cabeza. Era unos de esos poquísimos jugadores capaces de ganar un partido, un campeonato, solo. Aunque tuvo la suerte, como la tuvimos todos los que pudimos presenciarlo, de jugar en un gran Manchester United, un equipazo ganador de la Copa de Europa en el que formó un triángulo mágico con el escocés Denis Law y el inglés Bobby Charlton. De la misma manera que el Real Madrid es hoy mundialmente reconocido debido, ante todo, a la leyenda que creó el equipo de Alfredo di Stéfano, el Manchester lo es debido al equipo en el que brilló George Best.