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El espíritu del fuera de juego

Tal vez sea la interpretación de la jugada del fuera de juego lo que ha hecho correr más tinta a lo largo de la historia futbolística. Goles anulados o concedidos y situaciones peligrosas cortadas de raíz por el banderazo del linier han desatado grandes polémicas e incluso desórdenes públicos de primera magnitud. Ahora, desde la televisión, podemos desmenuzar cada situación conflictiva; antaño no era así, sólo quedaba la impresión visual, que podía ser errónea. La Regla del offside no ha sufrido grandes modificaciones desde el año 1925 cuando se redujo de tres a dos el número de defensores que habilitaban al atacante. Lo de estar en línea con el penúltimo de los defensores es mucho más reciente y tampoco tuvo demasiada repercusión. La duda del asistente no se produce nunca o no la advertimos desde la grada o la butaca.

Lo que últimamente preocupa en los jerifaltes futboleros es la situación pasiva del atacante, el fuera de juego posicional. En su afán de aclarar las cosas, lo único que hacen es confundir más a quienes toman las decisiones y a los espectadores. Todo jugador situado en offside y que pretenda sacar ventaja de esa posición debe ser sancionado. Da igual que toque o no el balón y el asistente de turno debe señalar la infracción en cuanto se produzca. Lo demás es crear mayor confusión en todos los actores del juego, activos o pasivos. Hace pocos días hemos visto una jugada en la que el cabezazo de Torres se dirigía hacia la red del Sporting lisboeta. Kezman estaba en fuera de juego posicional pero siguió la trayectoria del balón. De alguna forma estorbó el posible despeje del defensor. Sacaba ventaja de su posición aunque no tocase el esférico. Era un claro offside. Se dio gol.