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El Discovery refleja ganas por conocer

Casi ha coincidido en el tiempo nuestro regreso del extremo norte de Pakistán con la atribulada vuelta a la Tierra de la nave Discovery. Por supuesto que esta vez el suyo ha sido un viaje de retorno mucho más azaroso que el nuestro, aunque quiero pensar que compartimos con ellos ese leve aturdimiento que conlleva toparse de nuevo con la rutina de los gestos cotidianos cuando uno viene de lugares tan ajenos y alejados como son el espacio exterior o la aldea de Hushé. Supongo que también los tripulantes del trasbordador espacial se habrán sentido sorprendidos (al menos sorprendidos) por los comentarios que han suscitado su "expedición" y que tanto se me han asemejado a los que suelen aparecer en los medios de comunicación cuando una expedición a un ochomil tiene problemas (por cierto; a estas horas no se sabe nada sobre seis alpinistas perdidos en la parte superior del K2).

Se ha hablado de imprevisión, incluso de chapuza; de gasto desmedido en una actividad de beneficios difusos, cuando no inexistentes, que además supone poner en riesgo vidas. Se han hecho demagogias facilonas sobre a qué se podía dedicar todo ese chorro de dinero. Tertulianos todoterreno, además de hacer chistes fáciles, se han permitido poner en duda la experiencia y profesionalidad de científicos, ingenieros y astronautas con el aplomo de quien acaba de regresar de un viaje a la constelación de Orión en una nave fabricada por él mismo en el patio de atrás de su adosado. En fin, nada novedoso para los tiempos que corren ni para otros pasados en los que, por ejemplo, antepasados de esos escépticos trataron de convencer al emperador Carlos V de la inutilidad de la aventura que le proponía un tal Magallanes.

A los de nuestros días se les olvida algo fundamental: que el espacio es para el ser humano una aventura, quizá la Aventura de los próximos siglos. Y esa aventura nos ha deparado y nos deparará incertidumbres, peligros, fracasos, tragedias y triunfos. Es la esencia de lo que somos y lo que queremos ser. Porque estamos empeñados en deshacer fronteras, en hallar respuestas que nos permitan hacernos nuevas preguntas. Puede que el haber puesto un ladrillo más en la construcción de la Estación Espacial Internacional no nos diga ahora nada, pero el solo hecho de que ese proyecto, en el que estamos involucrados muchos países, siga siendo factible ya me parece un logro destacado y motivo de orgullo.

Mientras aquí abajo ­-bien abajo- nos perdemos en discusiones pueblerinas sobre pretendidos derechos históricos, que sólo traslucen egoísmos insolidarios, allá arriba sigue orbitando una pequeña estructura metálica que simboliza lo mejor de nuestra especie más allá de divisiones artificiales: nuestro carácter inquisitivo, nuestro afán de conocer, nuestra capacidad para innovar y adaptarnos a los entornos más hostiles a los que hemos tenido que hacer frente. Por eso, cualquier viaje espacial, o cualquier escalada de una gran cima, seguirán teniendo valor por sí mismos, el valor imperecedero de la aventura.

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Sebastián Álvaro es director de 'Al Filo de lo Imposible'.