Hushé, al otro lado del río
En ocasiones traspasamos fronteras definitivas sin que seamos conscientes de ello. Quizá fue aquel día en el que conocimos a la mujer de nuestra vida, o cuando decidimos rebelarnos contra una injusticia, o el día que el Madrid fichó a Di Stéfano. Hushé, la aldea paquistana desde la que les escribo, es uno de esos lugares donde se percibe con claridad la emoción que supone cruzar una de esas líneas divisorias determinantes. Estamos aquí, como todos los años desde hace cuatro, para seguir trabajando en la mejora de las condiciones de vida de sus habitantes. Llegar supone seis horas de viaje por una pista infernal que termina abruptamente en un lugar donde hace siete años un torrente se llevó de un plumazo una aldea, sus campos de cultivo y el puente que los comunicaba con el exterior.
A tres horas de caminata tras cruzar ese río, se encuentra Hushé, la aldea más aislada del Karakorum, lo que es casi tanto como decir que es la más aislada del mundo. De ahí que los últimos leopardos de las nieves se hayan refugiado en sus cercanías y nosotros hayamos querido poner en marcha un proyecto de ayuda humanitaria. Sin embargo, también lo hemos elegido porque en Hushé encontramos un territorio moral, un espacio de paisajes grandiosos, de sentimientos y emociones singulares. Este territorio del leopardo simboliza la Alta Montaña, como también lo hacen mis amigos los porteadores de Hushé. Ellos representan los mejores valores del alpinismo: el esfuerzo, la lealtad, la capacidad de sacrificio y la solidaridad. Tras más de 40 expediciones al Karakorum, decidimos devolver un poco de lo mucho que hemos recibido de estas personas capaces de compartir hasta la última gota de su escasez. El proyecto de Hushé, en colaboración con la ONG Sarabastall, nos está proporcionando enormes satisfacciones.
Hace unos días, nos recibieron unas 20 mujeres del pueblo -algo insólito en una sociedad tradicional musulmana como ésta- para invitarnos a té y felicitarnos por el éxito conseguido en el Nanga Parbat. Nos contaron que habían estado todo el invierno rezando para que no tuviésemos ningún accidente y la fortuna nos sonriese en nuestras aventuras. Emociona, más allá de sentimientos religiosos, esta muestra de amistad de unas gentes tan alejadas de ese fanatismo con el que alguna prensa amarilla quiere envolver a todos los musulmanes. No me resultó fácil explicarles por qué nuestros gobiernos no tienen entre sus prioridades echar una mano en esta parte del mundo, antes porque éramos amigos de Bush y ahora no sé por qué.
Por fortuna, gracias a buenos amigos como Ángel de Barutell, de El Corte Inglés, el hospital MAZ o el grupo Progea, que va a construir allí el refugio Al filo de lo imposible, podemos seguir creyendo que la solidaridad todavía es posible en el mundo. Desde aquí me parece que son ellos, los habitantes de Hushé, los afortunados y libres. Somos nosotros los que estamos al otro lado del río.