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Un goleador bajo máxima presión

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David Villa llega al Valencia con dos plomos colgando del cuello: los doce millones de euros que costó (precio récord por un futbolista asturiano, se recuerda en Tuilla, el pueblo de la cuenca minera donde nació) y las palabras de Juan Soler el día de su presentación. "Será el crack del equipo y uno de los mejores delanteros de Europa; aquí mejorará su registros goleadores", aseguró el presidente. No parece, sin embargo, Villa un futbolista al que le aplaste la presión atmosférica de Valencia, dura de verdad por otra parte (recuérdese que ya hubo pitos a un equipo plagado de suplentes y sin rodaje en el amistoso de presentación ante el Girondins). "Más mérito tiene ser minero que futbolista", ha recordado en más de una ocasión para homenajear la profesión de su padre, para reflotar la segunda acepción de su apodo, guaje, aprendiz en la minería, y para hacer ver que desde juvenil le sobraron soltura y desparpajo, que el fútbol siempre le resultó sencillo.

En su primera temporada en el Sporting hizo 18 goles y en la segunda alcanzó los 20. Entrar en el Zaragoza le costó más: dos tantos en las doce primeras jornadas y muchas ocasiones perdidas. Un apagón propio de rematadores que combatió con paciencia. Acabó el curso con 16 tantos y 15 sumó la temporada pasada. Números parecidos a los de Fernando Torres, pero con menos respaldo mediático. Unas líneas más abajo asegura que vale veinte goles y así lo creo yo, porque hay que añadirle a su intachable estadística el plus de jugar en un grande, de sentirse rodeado de Vicente, Aimar o Kluivert, futbolistas que sin duda levantan a un goleador. Si la grada y él mismo olvidan su precio, va para Quini.