Soplar la sopa fría
Tener voluntad es bueno; tener buena voluntad, aún mejor. Firmar un contrato presidido por la mejor de las intenciones, deseable; rubricarlo casi de por vida, comprar boletos para una rifa. Y más si se trata de la contratación de un jugador de fútbol. En este caso, el "siempre" puede tener la duración del vuelo gallináceo. Y el "nunca" la solidez del papel mojado. Citar alguno de los múltiples ejemplos sería fatigar la obviedad.
Hasta ahora, firmar un contrato largo con un jugador era comprar tranquilidad para una temporada. Pactar una elevada cláusula de rescisión, más que un blindaje suponía un acto de fe. Cuando el deportista desea cambiar de aires, termina por irse. Desconozco alguna ventaja en esta estrategia, como no sea la mediática instantánea del momento, tan brillante como efímera. Y tan inútil como soplar la sopa fría. O boba, si el rendimiento decrece año tras año. Entonces sí que se cumple el contrato en toda su extensión.
S e especula con que una nueva normativa de la FIFA supondría bajar el telón al guiñol. Los jugadores mayores de 23 años que lleven tres temporadas en un club, podrían rescindir unilateralmente el contrato. En el caso de Europa sería la UEFA quién fijase el precio de la cancelación en función de determinadas variables. A lo sumo el doble del último sueldo percibido. Si así sucede, fin de la obra, se acabó la sopa y los clubs camino del Juzgado. ¿Puede el organismo privado que regula el fútbol mundial pasar por encima de un contrato laboral ajustado a la ley del país donde presta sus servicios el jugador?