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El Elefante entró en la cacharrería

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Al final habrá que convenir que aquel civilizado Elefant Blau que desalojó al tardonuñismo del Barça ha mutado en Elefante-en-una-cacharrería, variedad de paquidermo que algunos aseguraron haber visto en El Prat el sábado. Allí, Laporta se quedó en calzoncillos ante un atónito grupo de pasajeros y agentes y completó, con sus declaraciones posteriores, un striptease moral completo.

El presidente blaugrana, poco antes de regresar de Bosnia, había lanzado por delante lo que yo llamaría una excusa selectiva: "Si algún barcelonista se ha sentido ofendido, pido disculpas". Es decir, que al no culé (sea guardia civil, empleado de aeropuerto o público en general) no le asiste el derecho a sentirse ofendido ni le alcanza la disculpa. Que tiene merecido el ataque de ira, el vuelo de zapatos y el destape, vamos. Ya en tierra, de madrugada, apostilló: "No perdí los nervios. Se desbloqueó una situación sin importancia". ¿Si la situación carecía de importancia, por qué el Barça se apresuró a aclararla antes incluso de que regresara Laporta? ¿Es práctica común aeroportuaria quedarse en calzoncillos (debería especificarse si tienen penalización los grises) tras oír el tercer pitido de un detector de metales? ¿Ha escuchado alguien, más allá del "no insulté a nadie", desmentir a Laporta los términos en que, según ABC, se empleó en El Prat? El calentón, en definitiva, saca a la superficie que Laporta ganó las elecciones con un talante y maneja su mandato con otro, más agrio y menos tolerante.