Simpson me dejó marcado
Uno no se acostumbra nunca a recibir la noticia de la muerte de un deportista. Con 19 años, a mí me tocó vivir el fallecimiento de Tom Simpson en el Mont Ventoux en 1967. Yo estaba corriendo el Tour del Porvenir, que en esa época se disputaba en paralelo con el Tour de Francia. Entonces era un chaval y me dejó marcado. El inglés había ganado el Mundial en San Sebastián y era uno de mis ídolos. ¡Y murió de aquella manera! No de un accidente, sino por doparse. Todavía lo tengo grabado, no lo he podido olvidar. Luego vi morir a dos compañeros prácticamente dos metros delante de mí en plena competición, aunque en estos casos ocurrió por accidente. A Manuel Galera en la Vuelta a Andalucía de 1972 y a Juan Manuel Santiesteban en el Giro de Italia de 1976, que me tocó muy de cerca. El adiós de un compañero te conmociona para siempre.
Cualquier persona puede morir de un infarto a cualquier edad, seguro que todo el mundo conoce algún caso, pero cuando se trata de un deportista me afecta personalmente muchísimo, sobre todo si además le conoces como sucede con este ciclista italiano. A Alessio Galletti le recuerdo tirando del tren de Mario Cipollini, era parte de aquella locomotora imparable del Saeco, un hombre entregado a su equipo y a su líder. Creo que con 37 años no se debería seguir montando en bicicleta a nivel profesional, pero también es cierto que han muerto recientemente futbolistas o atletas de veintitantos años de manera parecida. Ojalá Galletti haya fallecido por circunstancias naturales y no por ninguna cosa extraña. Lo sabremos con la autopsia. Lo deseo por el bien del ciclismo, porque este deporte se encuentra actualmente en horas muy difíciles.