¿Balón de Oro de ida y vuelta?
Sucedió en un día de calor sofocante. Agosto de 2004. El Madrid protagonizó una carambola a tres bandas que terminó con los cristales del local destrozados. Florentino fichó a Owen, Balón de Oro del año 2001, por un precio de ganga (12 millones de euros). Hasta ahí perfecto. Lo malo es que la noticia iba matrimoniada con el anuncio de la venta de Etoo al Barça, por idéntica cantidad (los otros 12 millones los cobró el Mallorca del sagaz Alemany). Segundo problema: ¿qué hacemos con Morientes, el pichichi de la Champions 2003-04? Michael, que parece salido de la Universidad de Oxford y al que nunca imaginaría bebido ni diciendo tacos, no tenía la culpa de nada. Pero Owen llegó en mitad de un silencio terrible. Los medios transmitieron el recelo de la afición. Nadie veía clara la idoneidad de la apuesta, y eso que económicamente fue inteligente. Owen era un galáctico en Liverpool, pero aquí llegó como un tímido becario...
Owen tardó en salir del cascarón y los madridistas se acostumbraron a verle jugar los minutos de la basura. Pero el chaval, modélico en sus declaraciones y en sus apariciones en el terreno de juego, fue ganándose el afecto del personal a base de goles ratoneros, todos ellos con un singular perfil butragueñesco. Poco a poco fue sumando dianas hasta cerrar el curso con 13 goles, cuatro más que Raúl y Ronaldinho. Pero llega Robinho, que será el número uno en dos años, y le espera el banquillo. El golden boy lo sabe y por eso sopesa las ofertas que le llegan de Inglaterra (doblan lo que costó). El Madrid respetará lo que él decida. Pero mientras, es un orgullo que uno de los tuyos sea el cuarto goleador de la historia de la pérfida albión.