Rafa Benítez nació para ganar
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Según caían los goles del Milán me acordaba de la tremenda fe que siempre ha puesto en su trabajo Benítez. Los treinta mil seguidores del Liverpool que lloraban la derrota en Turquía posiblemente no conocían la voluntad de hierro de su manager. De saberlo, el descanso con 3-0 en contra hubiese sido menos duro. Benítez vio truncada su carrera como jugador cuando estaba a punto de dar el salto a Primera por una puñetera lesión. Se dejó muchos jirones en Valladolid, Pamplona y Almendralejo cuando decidió abandonar el manto protector del Madrid cuando ya ejercía de técnico. Y tuvo los bemoles de abandonar Valencia cuando acababa de celebrar un doblete porque no soportaba que le hicieran la cama desde dentro. Mirando ese currículo, no me quedaban dudas de que aquello no estaba terminado. Aunque sería un fantasma si dijera que intuía una remontada tan épica.
El motivo de centrar esta columna en la figura de Benítez es bien simple. El Liverpool lleva varias décadas siendo un equipo vulgar, falto de grandeza en el campo, justo la que le sobra si repasamos su historia. Y lo peor: resignado a vivir en la vulgaridad. Si ha llegado donde ha llegado este año es por el trabajo metódico de su entrenador y los ayudantes que le acompañan. Les ha convencido de que un equipo limitado también puede ser un equipo ganador. Me imagino el vestuario de los reds en el descanso. Sin voces, sin gritos. Benítez pegado a su pizarra, repasando errores y apelando a que jugaran como un equipo. De nuevo muy juntitos, como toda la temporada, para disimular las carencias, pero volcados sobre la portería italiana. Y en 15 minutos salió el carácter ganador que siempre ha sabido transmitir. No era cuestión de azar. Eso quedó para los penaltis.




