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Varas de medir... y de las otras

Samuel Etoo se equivocó. Se percató y convocó una rueda de prensa; no una entrevista con un periodista amigo. Disculpas sin paliativos; nada de justificaciones. Y menos aún manosear los típicos tópicos. Plantó un error y espigó una lección. Para muchos. Compañeros de profesión, directivos, aficionados y también para algunos periodistas. Demasiados en cada colectivo. Tuvo la sensatez y la dignidad de no recurrir al retrovisor para enmascarar su yerro. Antecedentes, los hay. Y memoria también. No siempre se está a tiempo de rectificar. Revisó públicamente su actitud. Sería deseable también que, aunque sea en privado, más de uno reexaminara su vara de medir. Y no hiciese ostentación de la mediocridad cultivada como orgullo intelectual.

No fue una vara sino un Bastón (Miguel), entrenador de porteros del Atlético de Madrid, quién intentó frenar a un puñado de caballeros - "disculpen si les llamo caballeros, pero es que no los conozco" (Groucho Marx)-, quienes allanaron el lugar de trabajo de la plantilla. Insultos y amenazas de muerte. Desconocidos o no, amamantar descerebrados conduce al desquicio.

Se ha llegado al punto que algo tan indigno y vergonzoso como amenazar con varas u objetos más contundentes, condicione la celebración de una final de Copa. "A por el navarro", braman las intercomunicaciones entre los grupos de ultras. Cambiar el escenario o mantenerlo. Regalar la victoria a los abyectos o martirizar la asistencia de miles de espectadores. Un dilema perverso fruto de la hipocresía, la bravuconería, la permisividad, el cinismo y la cobardía de quienes se escudan en que el fútbol es pasión. Una actitud que abarca a diversos colectivos profesionales y directivos, que se abriga entre la muchedumbre y que solo piensa en salvaguardar los dedos del pie. El triunfo de la sinrazón: los tres casos expuestos han sucedido en cinco días.