La vida al filo (y sin Sumba)
Mientras ustedes están siguiendo las peripecias deportivas del momento, que deben seguir moviéndose entre Dani Pedrosa, el final apurado de la Liga o Fernando Alonso, yo estoy metido dentro del saco, con las paredes de la tienda escarchada y frotándome los dedos entumecidos para escribir estas líneas. Un pequeño habitáculo perdido en un lugar desolado, azotado por un viento constante, donde la vida se muestra liviana, elemental, dura, al límite. Me gustaría contarles que hoy cuatro de nuestros compañeros están poniendo el último peldaño, fundamental, para lanzar el ataque a la cumbre del Makalu. Pero ese gran avance en nuestro empeño ha pasado a un segundo plano pues todos estamos conmocionados con la súbita muerte de Sumba Sherpa, uno de nuestros ayudantes de cocina. Hace tres días, mientras terminábamos de cenar, oímos un grito en la cocina y salimos disparados. Ante nuestros ojos un hombre se nos moría, con esa exasperante certeza de que nada se puede hacer que envuelve la proximidad de la muerte.
Entre las muchas dificultades que ofrece la escalada de las grandes montañas, la altitud, y la consiguiente falta de oxígeno, es una característica que decide y define la vida durante los dos meses que viene a durar una expedición. Cualquier accidente o enfermedad que en la vida normal apenas tendría importancia, a más de 5.000 metros de altitud es probable que sea muy grave o irremediable. Aún no sabemos con exactitud (y casi prefiero no saberlo) los mecanismos que nuestro organismo pone en marcha para sobrevivir en un entorno tan hostil. Sin oxígeno la vida no es posible y sólo una especie de pequeño milagro, y unas dosis de voluntad humana al filo de lo imposible, ha hecho que algunos deportistas alcancen altitudes casi estratosféricas sin utilizar botellas de oxígeno. Por eso en cuanto oímos aquellos gritos nos pusimos en marcha. Aun sabiendo que era una batalla perdida, libramos una de las más conmovedoras historias que he vivido en montaña.
Da la casualidad de que contamos en el equipo con un médico militar, el comandante Santiago Villanueva, que es un experto en cuidados intensivos y en medicina de montaña. Y en el resto del grupo hay muchas expediciones a la espalda como para saber muy bien lo que hay que hacer. Pero todo fue inútil. Después de dos horas luchando sin descanso, realizándole un masaje cardiaco, la respiración boca a boca y reanimación con todos los elementos y medicinas que disponíamos, tuvimos que asumir que Sumba había fallecido. Resulta sorprendente este contacto directo con la muerte. Sus compañeros serpas parecían estar menos impresionados que nosotros, quizás porque la viven de una forma más cotidiana que nosotros. Aunque he visto morir otras veces, ésta me ha enseñado que cuando se apaga el brillo de las pupilas es cuando ya se ha acabado todo, aunque como, en este caso, estuviéramos bombeando su corazón durante una hora más. La certeza de que hemos hecho todo lo posible, nos ayuda a afrontar la última parte de la expedición.