El vestuario
Juntar un ramillete de excelentes individualidades que juegan a fútbol es un buen póster. Ensamblar un grupo de buenos futbolistas hasta formar un equipo campeón es sembrar futuro. Armonizar ambos conceptos debe de ser la leche. Porque una cosa es estar de moda y otra ganar títulos. Dicen los profesionales que los triunfos se generan en los vestuarios. Cohesionar tanto humana como futbolísticamente al grupo. Y reconducir los egoísmos personales en favor de los intereses del colectivo.
Un buen amigo, ya retirado y varias veces internacional, siempre ha sostenido que cada uno de los integrantes de una plantilla sabe perfectamente cuál debe de ser el esqueleto del equipo titular. Y que, dependiendo de las circunstancias, durante la temporada deberían efectuarse retoques puntuales: por lesión, baja forma, sanción, etcétera. Sostiene también que generalmente son los entrenadores quienes por favoritismos que el colectivo no comprende, o por obcecaciones tácticas, estropean o cercenan la cohesión humana del grupo.
Actualmente, la presión periodística y los intereses comerciales de los clubes posiblemente no faciliten un clima ejemplar de compañerismo. Llenar un vestuario de cracks mediáticos deviene un cartel colosal. Y también una nada sutil discriminación, intencionada o no, respecto al resto de la plantilla. Conseguir títulos requiere algo más. Un equipo. Aunque también existe el riesgo de recorrer el camino a la inversa: teniendo un grupo cohesionado y campeón, en vez de efectuar ligeros retoques, apuntarse por presunción a coleccionar cracks. Y esto sería tanto como decir que un stradivarius es solo madera y tripa, o que El Quijote únicamente tinta y papel.