Las bellas Montañas de la Mente
Camino con lentitud; es la mejor manera de admirar el paisaje que me rodea. Bien es verdad que, aunque quisiera, no puedo ir mas deprisa. La cuesta es empinada y noto los latidos del corazón en las sienes. Junto a mi compañero Antonio Perezgrueso, con el que llevo compartiendo veinte años de expediciones, caminamos a unos cuatro mil metros de altitud, con el Everest al fondo soltando su penacho blanco. A su lado el Lhotse, azotado por el viento y envuelto en niebla, nos muestra toda su cara sur, impresionante y tenebrosa. Estamos aclimatando, acostumbrando a nuestro organismo a realizar esfuerzos con mucho menos oxígeno disponible, antes de volar mañana en helicóptero hasta los pies del Makalu. En primer plano se alza altivo y desafiante el Ama Dablam, en teoría una "tachuela" que no supera los siete mil metros, pero que muchos consideran la montaña más bella de la zona; una especie de Cervino del Himalaya que escalamos con una expedición mixta hace cuatro años.
Una escalada no es sino una variante de esa historia de amor que libramos con las montañas, en apariencia inanimadas pero llenos de sentimientos porque actúan de espejo de nuestras ilusiones, creando en nuestra cabeza objetos diferentes a lo que en realidad son: moles de roca y hielo sometidos a las leyes de la física que pasan a convertirse en Montañas de la Mente. Con ellas establecemos una relación apasionada que a veces, puede hacernos sufrir en demasía. Así es, desde sus comienzos, la historia del alpinismo. Personas como Mallory, Buhl, o, ya en nuestra casa, Rabadá, Navarro o Musgaño, perdieron la vida por esa idea que persiguieron incluso con temeridad, fuese el Everest, el Nanga Parbat, el Eiger o la Aguja Verde. A veces las montañas reales se muestran más crueles que las que nos hemos forjado en nuestra cabeza y en nuestro corazón. Algo así nos pasa con el pilar oeste del Makalu. Lo intentamos hace tres años y ahora volvemos a intentarlo. Este terrible viento que despliega el penacho del Everest también está haciendo muy difícil el montaje de los campamentos en nuestra montaña.
Después de casi un mes de trabajo nuestros compañeros de Al Filo y de la Escuela Militar de Montaña no han logrado pasar de los 7.350 metros. Pudiera pensarse que esos 1.100 metros que les quedan hasta la cima apenas son nada. Pero no es así, ni mucho menos. Ahí está la llave de las ruta que hemos elegido, un pilar de roca de casi 500 metros, elegante y vertical, que pondrá a prueba nuestras capacidades. Veremos si este año podemos con el Makalu. Quiero creer que esta montaña de mi mente será una montaña amable que nos permitirá gozar, aunque sólo sea por unos minutos, de esta vista esplendorosa de la que yo hoy he gozado pero como simple mortal, desde el suelo, y nos deje tocar el cielo. Y pienso que estaría bien, volver a Katmandu y darles a los hijos de los serpas fallecidos hace tres años en aquel maldito accidente de helicóptero, las banderas de oración que sus padres dejaron en el campo base. Que el tiempo nos respete y la suerte nos acompañe esta vez.