El día en que murió mi amigo
El accidente de López de Munain me ha hecho recordar uno de los días más tristes de mi vida. Fue también en el Giro y en el sur de Italia. Allí (21-5-1976) vi como perdía la vida uno de mis mejores amigos: Juan Manuel Santisteban. Yo había pinchado y él se quedó a ayudarme con otros compañeros. En un descenso a toda velocidad, Santisteban se salió de una curva y chocó contra un pretil. El patrón del Kas, Luis Knörr, nos dio permiso para volver a España acompañando el féretro, pero Vicenzo Torriani, el mejor negociador que he conocido en las grandes vueltas, nos convenció para que siguiéramos ofreciéndonos para la familia de Santisteban la recaudación de una etapa en alto en la que se cobraba a los espectadores y la apertura de una colecta en Italia. Decidimos quedarnos y hoy sigo pensando que hicimos bien.
Santisteban era muy parecido a Nozal. Un extraordinario ciclista y aún mejor persona. Su maleta siempre estaba abierta. Todo lo que le pedían lo daba. Y en la carretera igual. Lo daba todo para que los compañeros ganáramos. Si cogíamos el líder, el controlaba solito el pelotón al menos los primeros cien kilómetros. Si había que romper la carrera, saltaba de inicio. Recuerdo un día en la Vuelta a España que entre siete corredores del Raleigh, aquel gran equipo holandés, tardaron más de cien kilómetros en neutralizarle.