Dani Pedrosa, algo más
Le debía esta columna desde hace tiempo y ahora, que estoy en calma en casa, lejos de las montañas que son mi verdadero hogar y donde, en breve, volveré, me he decidido a hablar de mi segunda pasión: las motos. Se la debía desde que el pasado verano, al terminar el Gran Premio de Inglaterra, Dani se quitó el casco y dedicó su victoria "a los amigos de Al Filo de lo Imposible", que íbamos a intentar la cumbre del K2 ese mismo día. Unos años antes -muy pocos- pesaba 37 kilos y era un chiquillo que apenas llegaba con los pies al suelo tras subirse a la moto. Algunos incluso opinaban que era una temeridad dejarle salir al circuito del Jarama, donde se estaban realizando las pruebas de selección de la Movistar Junior Cup, un campeonato para jóvenes promesas.
Pero Alberto Puig, responsable del proyecto, insistió en que diese unas vueltas. No fue el más rápido ni el más agresivo, pero "iba por el sitio". Pasó el corte y quedó octavo en la clasificación final. Pero Alberto hizo caso omiso de las normas e insistió, a pesar de su pobre clasificación, en que fuese incluido en el equipo que iba a competir en el campeonato de España, como paso previo a la creación de uno para el Mundial. Aquel chaval menudo tampoco llegó a los tres primeros puestos que daban el billete para el sueño del Mundial. Pero Alberto se la volvió a jugar, y de qué manera. Estaba arriesgando su propio prestigio y la confianza del patrocinador en aquel proyecto que era su primera experiencia como director de un equipo de motociclismo tras dejar las carreras como piloto profesional. Lo incluyó en la terna de pilotos. El pasado domingo Dani Pedrosa ganaba -arrasaba- en Jerez. No me cabe la menor duda de que es el mejor piloto español y, posiblemente, uno de los pocos llamados a hacer historia en el deporte de las motos que, junto al alpinismo, el espeleobuceo y pocos más, son el último reducto de la aventura. Atrás quedan sus títulos de campeón del mundo de 125 cc. y de 250 cc. Qué duda cabe que todo el mérito de este brillante palmarés pertenece a Pedrosa en un deporte donde cada carrera nos demuestra que los programas informáticos y los cálculos y los sesudos ingenieros sólo sirven hasta que se apaga el semáforo.
Luego son los pilotos -gracias les sean dadas a los dioses del asfalto y el espectáculo- los que acaban determinando las diferencias. Pero no es menos cierto que nada de esto hubiese ocurrido si no llega a ser porque un veterano piloto creyó ver algo especial en aquel crío. Quizás sea esa mirada que delata una determinación capaz de saltar cualquier barrera, pero también la limpieza de corazón de quien no ha dejado de ser un chaval con un sueño en la cabeza.
Alberto prefirió ser más fiel a eso que damos en llamar instinto y que debe estar hecho de experiencia, perspicacia, talento y, a lo mejor, de suerte. Los que algo entendemos de formar equipos sabemos lo importante que resulta saber escudriñar tras lo evidente, descubrir esas cualidades que quizá ni el propio interesado es consciente que posee. De ver ese algo más, puede depender el éxito o el fracaso de un proyecto.