La misma sencillez de Indurain
Conozco a Óscar Freire desde que tenía 15 años y corría en el Club Ciclista Besaya, en Los Corrales de Buelna. Y lo mejor que puedo decir sobre él es que me recuerda mucho como persona a otro número uno, Miguel Indurain. Mi paisano es ya un monstruo del ciclismo, un fuera de serie, una superestrella con un palmarés envidiable, pero mantiene la misma sencillez de toda la vida. Hace un mes y medio vino a visitarme a casa, igual que hacía cuando no era un campeón. A Óscar no se le ha subido a la cabeza. Nunca tiene un mal gesto o una mala palabra hacia un aficionado, nunca ha dicho un no a un periodista. Se ha criado humilde y lo sigue siendo. Otros ciclistas españoles que andan por ahí creyéndose estrellas, y no llegan ni a utilleros comparados con Freire, podrían copiar mucho de su cortesía, su calidad humana, su generosidad... Con tres Mundiales o sin ellos, estamos ante un señor. Ser un campeón es algo más que ganar carreras.
O tro valor de Freire es que se ha hecho a sí mismo. En el ciclismo de hoy estamos habituados a directores, y no voy a decir nombres, que presumen de diseñar la preparación de sus ciclistas, de cambiarle la posición de la bicicleta... Se asignan los méritos de los triunfos de sus corredores. Pero resulta que Óscar no tiene preparador, ni ninguna persona encima. Nadie le dice lo que debe hacer. Su principal carrera la ha cubierto en el extranjero y ha tenido que buscarse la vida. Freire se entrena solo, por sensaciones, a la vieja usanza... Hace el ciclismo más natural, nos devuelve a lo clásico. Su caso nos demuestra que llevamos una década de mentiras y fábulas.