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Félix abrió el camino. Se lo debemos

Una pequeña cruz de granito en un remoto lugar de Alaska, recuerda que allí murió un hombre hace ahora 25 años. No había nacido ni siquiera cerca de allí, sino en un pequeño pueblo burgalés. Pero, cuando lo visitamos hace unos años mientras rodábamos la Iditarod, la carrera de perros de trineo más dura del mundo, sentimos que de alguna manera Félix Rodríguez de la Fuente pertenecía a aquel lugar. Como también le unen lazos con los llanos y los tepuís de Venezuela, con los bosques canadienses, con la sabana africana, con la Península Ibérica. En realidad, era todo el Planeta Azul, título de una de sus series, su hogar y dedicó su vida a divulgar sus maravillas naturales, a despertar las conciencias sobre su fragilidad y la evidencia de que no nos pertenece; nosotros pertenecemos a esa Naturaleza que nos empeñamos en domesticar por todos los medios.

Cuando asistimos al hermoso acto de solidaridad de los voluntarios limpiando las playas manchadas por el Prestige, o a la masiva preocupación que despierta el destino de nuestros maltratados parques naturales o el de las montañas de nuestro Pirineo, pareciera que hubieran pasado siglos de aquella España del "Ave que vuela a la cazuela" y "Al ave de paso estacazo", que diferenciaba los animales en dos clases: comestibles y alimañas. A los primeros se les mataba para comerlos, a los segundos para exterminarlos. Esa era la conciencia ecológica que existía durante el franquismo. Desde entonces hemos cambiado mucho, casi siempre para mejor, aunque todavía quede mucho camino por recorrer. En lo que respecta a nuestra relación con el entorno natural, la labor divulgadora y de acicate de las conciencias de Félix a través de sus documentales fue decisiva.

Ahora que tanto se denigra la televisión, no está de más recordar cómo la gente se arremolinaba en las casas donde había tele, en bares y tele-clubs para disfrutar de los programas del "Amigo de los animales", demostrando que el problema no está en el medio sino en lo qué se trasmite a través de él. Aquella pequeña ventana se convertía en un gigantesco mirador hacia un mundo natural que, poco a poco, aprendimos a mirar con ojos menos depredadores. Félix se definía como un divulgador, un contador de historias, no como un científico y ahí radicaba su poderosa capacidad de convocatoria, cualidad que hasta sus detractores le reconocen. Es probable que, al calor de los aniversarios, se le vuelva a criticar por determinados aspectos polémicos de sus filmaciones. Pero eso no debiera hacernos olvidar que Félix también abrió nuevos caminos en lo que se refiere al género documental en la televisión española, facilitándonos el camino a los que vinimos detrás de él. Porque el lobo, el oso, el buitre leonado y el aguila imperial vuelven a ser parte de nuestro paisaje le debemos un recuerdo a Félix, sin duda. Le debemos seguir luchando para continuar con firmeza por el camino que él inició.

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Sebastián Álvaro es director del programa Al Filo de lo Imposible, de TVE.