Julio Verne: imaginación al poder
Las letras de oro de la Gran Historia de la Literatura escriben su nombre, Jules Verne, en frontispicios y enciclopedias, aunque por estos lares siempre le hemos conocido como Julio, con esa familiaridad y ese deseo de apropiación que surgen de haber compartido tantas horas felices. Tampoco fue un aventurero ni un gran viajero, o, al menos, no al uso pues en realidad fue un gran aventurero de la mente. Eligió ser un concienzudo burgués, que apenas salió de su confortable mansión de Amiens hasta su muerte, un 24 de marzo de hace cien años. Su mérito y su espectacular fama mundial tienen que ver con haberse convertido en uno de los autores más leídos y populares del último siglo y medio. Y lo ha sido porque sus libros de aventuras se han convertido, generación tras generación, en la puerta de los primeros sueños.
Verne pertenece a la historia de la imaginación pues pocos como él han sabido estimularla en los niños y adolescentes que se han acercado a sus historias. Pero pocos libros en toda la historia han sido tan proféticos como los suyos. El viaje a la luna, la vuelta al mundo en globo o el submarino aparecieron en la mente de Verne antes que en la realidad. Son aventuras de anticipación en las que no se dejaba nada al azar a la hora de dotarlas de verosimilitud. Aunque muchas veces nos saltábamos esos párrafos de sesudo saber casi enciclopédico para irnos a la luna, seguir de cerca al doctor Linderbrook camino del centro de la Tierra o a los tozudos hijos del capitán Grant en busca de su padre desaparecido o a Nemo abordo de la fascinante nave Nautilus, o a Fogg y su fiel Passpartout empeñados en dar nada menos que la vuelta al mundo en ochenta días. Y es que la fértil imaginación de Verne es única a la hora de hacernos creer en lo imposible, entre otras cosas porque Verne era un estudioso de todas las grandes aventuras, en cuyos cimientos forjó sus sueños de aventuras imposibles.
Hoy muchas de ellas se han realizado, cumpliendo una máxima del propio Verne: "Lo que un hombre es capaz de imaginar, otros serán capaces de llevarlo a cabo". Algo que los de Al filo de lo imposible hemos convertido en razón de vida. Quizás la utopía lo siga constituyendo ese viaje al centro de la Tierra que tuvimos el honor de "intentar", como homenaje a Verne, internándonos en las cuevas heladas de Islandia y volando en el interior caliente del volcán Strómboli. Este irreductible optimismo en las capacidades del ser humano, en el progreso científico y técnico como algo positivo, quizá hoy, después de Hiroshima o los estragos producidos por el hombre en la naturaleza, ya no pueda ser tan rotundo. Pero sigue en pie su capacidad para estimular nuestra imaginación. Si tiene cerca a algún chaval a quien regalar una obra de Julio, no dude en hacerlo. Le hará un gran favor, al tiempo que sentirá una estimulante envidia al recordar el placer de sus primeros encuentros con las historias de un francés llamado Jules. El inmortal Julio Verne.