La Juve, algo más que un club
Vengo de disfrutar de la sabiduría milenaria que se respira por las calles de Roma. De ese tipo de sentimiento que únicamente lo transmite el poso cultural que durante cientos de años se ha ido acumulando allí tras el paso de los pueblos que hicieron de este lugar el centro del mundo, del conocimiento, del imperio, del mar único, de la religión única, del encuentro de mercancías y culturas, del Renacimiento, del deporte. Todo eso desprenden las piedras del foro romano. Por supuesto que también he estado hablando de fútbol con mis buenos amigos romanos, hinchas del Lazio. Están haciendo una temporada desastrosa, tanto que estaban persuadidos de que perderían en el último minuto del partido que disputaron con el Milan; algo que, en efecto, sucedió.
Para aliviar sus males, decidimos caminar por el barrio del Trastévere mientras comentábamos el próximo Juventus-Real Madrid. Y la verdad es que fue muy instructiva la charla. Gracias a ellos pude comprender la pasión que levanta este equipo, que es el más popular y el más laureado de toda Italia. Se debe a que decir Juve es sinónimo, o lo era hasta hace muy poco, de la Fiat, de Agnelli y de los trabajadores de esta fábrica de coches. Los trabajadores llegaban a Turín desde todos los puntos de la Italia más profunda, cambiando el calor y el color de sus ciudades del sur por las nieblas, la humedad y el frío que la envuelven a la sombra de los Alpes.
Pocas aficiones y pasiones podían disfrutar allí excepto la Juve, que terminó siendo, como todos los grandes equipos, (digan lo que digan los culés) algo más que un club. Se convirtió en un respiro, un clavo ardiendo, un bálsamo para seguir aguantando las duras condiciones de trabajo y existencia que siempre ha rodeado a los currantes del metal.
Existencias así sólo procuran momentos de ganador algún domingo por la tarde, cuando tu equipo gana al rival y entonces se olvidan todas las razones cotidianas que, si no fuera por esos pocos minutos, harían la vida insoportable. Lo más extraordinario es que la afición labrada en las brumas de los Alpes fue transplantada a todas las ciudades italianas a medida que los trabajadores regresaban a sus lugares de origen. De esta forma creció una red de peñas de aficionados de la Juve que no sólo apoyan a sus equipo sino que siguen manteniendo estas señas de identidad con el trabajo en la factoría de Fiat, con aquella vida en Turín, con ese orgullo que da el ganar por absoluta necesidad. A veces, cosas en apariencia banales, como la pasión por el fútbol, se convierten en sólidos cables con los que entrelazar una sociedad.
A veces, las grandes palabras, las altisonantes ceremonias, las tronantes apelaciones a la Historia se convierten en vano espectáculo mientras un sencillo partido de fútbol se erige en el mejor símbolo de convivencia, de todos esos hombres y mujeres que el lunes volverán a su puesto de trabajo. Entonces reflexioné y me dije que partidos así, como los próximos Real Madrid-Juve a celebrar, son partidos en los que nunca perderemos.
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Sebastián Álvaro es director del programa Al Filo de lo Imposible, de TVE.