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Navegar en el desierto

Un sextante, una brújula, un cronómetro y algunas cartas marinas. Con tan exiguas armas se enfrentaron Shackleton y sus compañeros Worsley, Crean, McNish y Vincent a más de 1.000 kilómetros del peor mar del mundo, el Mar Austral, a bordo de una pequeña barca allá por el año 1916. Pensaba en ellos y este episodio de su gran aventura antártica en un espacio que pudiera parecer diametralmente opuesto al océano: el Sahara. Sin embargo, el desierto y el mar tienen muchas cosas en común. Comparten una vocación de infinitud que abruma a quien se adentra en ellos. Parecen monótonos y nunca son iguales, tienen sus leyes y a ellas someten implacablemente a todos los que los navegan por ellos.

Porque los exploradores de ambos espacios compartieron conocimientos y medios para orientarse en sus inmensidades. Y he vuelto a pensar en todos esos aventureros a raíz de la polémica suscitada por la última y funesta edición del rally Barcelona-Dakar. Parece evidente que los más graves accidentes ocurridos, con especial ensañamiento entre los moteros, tiene mucho que ver con un cambio en los objetivos. Lo que comenzó como un rally de aventura por el África desértica ha pasado a convertirse en una carrera de velocidad, donde casi lo único que importa es la victoria en la meta final.

Ya casi nadie habla -tan sólo algunos de los participantes que compiten en motos- de la satisfacción que ya les supondría tan sólo llegar al Lago Rosa, en Dakar. Y es que ese mérito ha quedado bastante deslucido por la irrupción de nuevas tecnologías como el GPS. Con su llegada, eso que los exploradores de siglos anteriores llamaban el "arte de la navegación" ha desaparecido del Dakar. Y con él buena parte de la aventura que conllevaba. Porque como buen arte, tiene mucho de intuición, de talento, de experiencia, de capacidad para "leer" el paisaje del desierto inmenso.

Un arte que nos hermana con aquellos antepasados nuestros que se extendieron por el planeta fiados a lo que sabían, a lo que iban aprendiendo y a su espíritu de aventura. En cambio, ahora todo se fía a los caballos de potencia para alcanzar la única finalidad, que es llegar el primero a la meta. El cómo se llega a Dakar parece que ha dejado de ser atractivo o más bien los músculos de acero han desplazado al ingenio. Volver a la esencia, recordar por qué se inició una aventura, suele ser un buen método para recuperar la ilusión perdida y despejar todas las dudas.

Y quizá el futuro para el Dakar únicamente se encuentre en renunciar a algo de potencia en los motores de motos y coches y a la tecnología para recuperar el espíritu de su fundador, Thierry Sabine, y aquellos primeros osados que se lanzaron al desierto sobre sus monturas para desentrañar sus misterios y aprender algo sobre sí mismos. Los riesgos y la incertidumbre seguirán existiendo, desde luego, porque el alma del desierto sigue siendo implacable. Pero a cambio, el Dakar recuperaría ese brillo fascinador que le ha hecho grande. El brillo de la gran aventura.

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Sebastián Álvaro es el director del programa de Televisión Española Al filo de lo Imposible.