Raulinho y la Ley de Gravesen
La flor de Luxemburgo empieza a asemejarse a un jardín versallesco en el que ya casi no quedan flores marchitas. Lo digo sobre todo por Raúl, que aprovechó la presencia de O Rei Pelé en el palco para dejar un mensaje de esperanza a todos aquellos (y no son pocos) que se aferran al orgullo de este capitán ejemplar. En la tarde del viernes me lo encontré en un centro comercial con su familia y sus amigos, como un chaval normal, y no olvidaré lo que me dijo: "No tengo rotura fibrilar y si el domingo me siento bien, a jugar y a ganar al Zaragoza". Raúl es el único futbolista que conozco que es capaz de hacer veinte kilómetros por partido aunque tenga encendida la reserva. No especula, no mira para otro lado, no se rinde, siempre suma... Y así pasa. Cerca del descanso mete a su Madrid en la lucha con un gol de catálogo. De Raulinho. Cuchara-vaselina impecable. 1-1. ¡Viven!
La segunda gran noticia para los fieles del Bernabéu la otorgó el gran danés. Gravesen entró al campo como una manada. El pueblo rugió. Tenía ganas de ver un tío sin glamour, que no es guapo ni precisa un ejército de secretarios particulares. Es ancho de caderas y calvo. Pero tiene la palabra "team" ("equipo") metida en sus nórdicas venas, bromea con sus compañeros, escucha a Luxemburgo jugar al pinto, pinto, gorgorito con su mano sabia y ha consumado el milagro más esperado. La Ley de Gravesen cambiará el perfil de este equipo de luces y sombras. En sus primeras intervenciones rebañó varias pelotas, puso su sello intimidador a su tocayo capilar (Movilla) y dejó claro que será un fichaje muy rentable. Es como si hubiese vuelto Stielike. Ni un pelo de tonto. Gravesen power. Muy bien, Thomas.