En cien años, todos calvos
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Antes, ver una alopécico en el fútbol era novedad. Quien más, quien menos, disimulaba la caída con enrevesados peinados. La estética del fútbol también ha cambiado en eso. Un buen amigo, que tiene prominentes entradas desde que era un juvenil, me preguntó un día que si había visto alguna vez un burro calvo. No, le dije. Un nuevo calvo se ha convertido en la gran esperanza blanca. No sé si se le cayó el pelo de tanto pensar pero le han traído para eso, para que piense y ordene. Vanderlei Luxemburgo, que además de buen currículo y flor en semejante parte ejerce con mucha diplomacia su función de mando, quiere respetar la jerarquía del grupo y premia a Solari con la titularidad por lo bien que lo hizo frente al Atlético de Madrid. Pero respira tranquilo porque otro calvo, Arrigo Sacchi, le ha traído lo que más falta le hacía: un mediocentro.
Gravesen empezará en el banquillo pero sabe que viene para jugar. La prueba del algodón para el técnico llegará ahora. Quitar a Guti del equipo será tan duro como hacerlo con Beckham. Si prescinde de Guti, algunos le acusaremos de tirar por el camino fácil. Si se carga al inglés, la presión la ejercerán otros. En la medida que resuelva el problema con tino, el fichaje de Gravesen será aún más rentable. Porque lo único cierto es que, expresado de distintas formas, los tres entrenadores que han ocupado el banquillo en el último medio año han coincidido en el diagnóstico: falta de equilibro. Una cosa más. Ahora que el danés ya está aquí, tirar de las orejas por primera vez a Sacchi. La semana pasada nos aseguró que Gravesen no era el elegido porque en el Everton estaba jugando muy adelantado. ¿Vacile? Ya, ya sé, que no tiene un pelo de tonto y no quería dar pistas.




