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Nadadores en el Sahara

Parece que mi regreso del Sahara ha propiciado que las cosas vuelvan por donde solían: el Real Madrid ganando partidos (los mini y también los de talla normal), el Atleti jugando como nunca y perdiendo como siempre y el Barcelona con los primeros escalofríos al sentir el aliento blanco en la nuca. Y no es el viento que llega del ártico por más que algún amigo culé piense que debe ser la epidemia de gripe. Sí, sí, gripe. Menudencias como éstas nos alegran el primer café de la mañana, porque la verdad es que la mayoría de los titulares de la prensa no son precisamente alentadores.

La desolación absoluta que el tsunami ha provocado en el golfo de Bengala nos ha puesto ante nuestra verdadera estatura como especie terrícola. Nuestra civilización, tal y como la conocemos hoy en día, dio sus primeros pasos cuando la última Glaciación tocaba a su fin. De ello hace unos 15.000 años, más o menos. Es el tiempo de las primeras pinturas rupestres que nos muestran bisontes en España y jirafas y nadadores en el Sahara. Son esas bellísimas pinturas que acabo de visitar y que descubrió el conde Almásy. Es el comienzo de nuestra vida, del desarrollo de la humanidad, de un clima templado, del arte, de los dioses...

Antes de ese cambio climático, nuestros antepasados eran poco más que un puñado de seres asustados sobreviviendo en las cavernas. Cuando la naturaleza se tornó más benevolente iniciamos un asombroso camino que nos ha llevado de las pirámides faraónicas a la estación espacial europea. Estos pocos miles de años de civilización han sido tan fructíferos, tan asombrosos, que no es de extrañar que nos haya hecho pensar que somos invulnerables, que hemos conseguido domeñar a esa naturaleza, a la que vemos sólo con ojos productivos, olvidándonos de que nosotros somos los que pertenecemos a ella. Pero se trata sin duda de un espejismo que se hace añicos con un temblor de tierra o un temporal como el que acaba de castigar el norte de Europa.

Pero la naturaleza no sólo se hace presente con brutales zarpazos. Son cada vez más los que nos avisan de que nos enfrentamos a un nuevo cambio climático como el que se produjo hace miles de años. Y que por otro lado es del todo inevitable. Con absoluta certeza los hielos volverán a cubrir Suiza, Nueva York y Londres, mientras que la meseta castellana, azotada por el viento gélido, se convertirá en algo parecido a lo que hoy podemos encontrar en el Tíbet. No sé anticipar si para entonces, con los campos tan blancos, el Madrid tendrá que cambiarse la indumentaria y jugar de negro.

La realidad es que no estamos tan lejos de aquellos antepasados cavernícolas como la tecnología que manejamos nos hace pensar muchas a veces. Aquellos hombres que dibujaron unas personas nadando en lo que hoy es el lugar más inhumano de la Tierra, ya nos estaban anticipando la levedad de nuestra vida en el planeta.

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Sebastián Álvaro es el director del programa de Televisión Española Al filo de lo Imposible.