El goleador que siempre regresa
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Lo más admirable es que quita importancia a lo que hace. Otros, marcando la mitad de goles, montan ruedas de prensa para explicar por qué están o dejan de estar en racha. Él no. Si no marca, sonríe como diciendo: "Ya te enterarás". Si golea, también sonríe, como dejando entrever que él ya lo sabía. Cuando uno vive con tanta naturalidad lo de hacer gol, cuando desde niño su vida ha estado marcada por eso, se entiende mejor la facilidad que tiene para conquistar las redes rivales. Hace tiempo que se han dejado de estudiar sus características. Salvo el remate de cabeza, el resto es tan imprevisible como letal. El derby sirve de ejemplo. El primer gol lo logra apostado en el área y tras haber fallado un compañero. Zapatazo con la derecha. El segundo, con la izquierda y en carrera, buscando el túnel que forman las piernas del portero cuando ya se ha tirado.
Y sin abandonar el punto de travesura que debe tener un delantero. En más de una ocasión, cuando un compañero le mira mal por no correr tras un balón, Ronaldo se gira para otro lado y tapa la boca para que no vean la mueca de cachondeo. No es una falta de respeto, simplemente sabe que no es lo suyo. Como tampoco es lo suyo sacar pecho tras una proeza, aunque sean muchas las que llevan su firma. Pocas veces habrán leído frases retadoras del delantero, salvo para apostar contra sí mismo una cantidad de goles. Escasas veces saca los pies del tiesto, ni cuando le han ido a cazar, ni cuando el infortunio se cebó con él, ni cuando se cuestiona su estado de forma. Está tan seguro de sus posibilidades, confía tanto en que el gol no le abandonará nunca, que sonríe pícaramente sabiendo que él siempre vuelve, aunque no sea por Navidad.




