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Esta pelea la tienes que ganar

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La historia de Poli es un cuento de hadas. Era un pobre chico de Vallecas, que descubrió el gimnasio del campo del Rayo porque tenía agua caliente para ducharse. Le apodaron el Potro. La varita mágica se llamaba Enrique Sarasola. Era un empresario socialista, amigo de Felipe González, poderoso. "He conocido a un tío que tiene caballos y me va a promocionar". Se lo dijo Poli a su entrenador Sánchez Atocha tras pasar una larga velada con Sarasola en la Yeguada El Espinar, que se convertiría en su cuartel general. Sarasola tenía caballos, los mejores, y quería un número uno en el boxeo. Y eligió a Poli. El Potro de Vallecas se subió a la noria del éxito.

Yo estuve en Chiavari la noche que la izquierda del Potro fue un rayo que destrozó la mandíbula de Luca de Lorenzi. Campeón de Europa, el mundo a sus pies. El Potro se bebió el éxito de un trago. Y se mareó. Llegaron las fiestas, los excesos, la cocaína. El Potro dilapidó todo, hasta su poderío físico. Su última gran batalla la libró en Norfolk, aguantó un martirio de doce asaltos ante el maravilloso Whitaker. Y luego se dejó arrastrar por las pendientes de la vida y por la droga. Lo saben los campeones: cuanto más subes, más dura es la caída. Ahora Isabel Roldán nos ha encontrado al Potro en Navacerrada librando la batalla de la rehabilitación. Merece el apoyo de todos los que un día le admiramos. Poli, no te rindas, esa pelea la tienes que ganar.