Lecciones desde el Uweinat
De nuevo la montaña nos muestra una pequeña maravilla y nos permite aprender una nueva lección de humildad respecto a las verdaderas leyes que rigen nuestro planeta Tierra. Desde la cima vemos un paisaje moribundo que se extiende delante de nosotros. Un espacio que se aferra a unas gotas de humedad para resistir con vida el asedio del desierto sahariano. La montaña desde cuya cumbre contemplamos a este resistente contra la arena y la piedra es precisamente su único aliado. El monte Uweinat hace de parapeto que retiene un poco de humedad, suficiente para alimentar la rala vegetación que se extiende a sus pies. No tiene una excesiva altitud, sólamente 1.930 metros, pero hemos necesitado más de quince horas de ascensión para llegar hasta su cima sorteando los obstáculos y laberintos que forman esta montaña con aspecto de castillo encantado por el incesante labrar del viento y la arena. Y aún más tiempo y esfuerzo nos ha llevado llegar a los pies del Uweinat, porque se levanta allí donde se encuentran las fronteras de Libia, Sudán y Egipto.
La sensación es de estar asistiendo al último acto de una tragedia que comenzó a representarse hace miles y miles de años, cuando éste era un espacio lleno de vida animal y vegetal en torno a lagos y ríos de aguas caudalosas, como atestiguan las hermosas pinturas rupestres que perviven en abrigos rocosos cercanos a esta montaña, como la ya famosa Cueva de los Nadadores que diera a conocer el conde Almásy. A veces, la Naturaleza se toma su tiempo, como en este remoto rincón del Sahara, y otras estalla con una repentina violencia inusitada, y devastadora, como acaba de ocurrir con el maremoto que ha asolado el sudeste asiático. Pero ella siempre es quien acaba decidiendo su propio camino.
Vivimos engañados por una falsa sensación de seguridad, de que la hemos domesticado; que por fin hemos podido con ella. Pero la realidad es que el desierto avanza imparable extendiendo su desolación tranquila y un maremoto puede barrer la presencia humana en miles de kilómetros de costa en apenas unas horas, como ha sucedido desgraciadamente en Asia. Con nosotros ha subido hasta la cima del Uweinat el recuerdo físico de otras personas que también han sucumbido, pero por causas nada naturales sino producto de la insania y el fanatismo religioso. Hemos dejado en la cima un banderín con el nombre de las víctimas del 11-M. Los cinco egipcios que nos han acompañado hasta la base de la montaña también han querido aportar su homenaje de respeto y solidaridad con las víctimas de aquel atentado firmando el banderín.
Este pequeño gran gesto es una prueba más de que no debemos dejarnos llevar por torpes generalizaciones que conducen a convertir a culturas enteras en culpables de lo que sólo es responsabilidad de un puñado de descerebrados que pueblan este mundo que nos ha tocado vivir. Y que la solidaridad y la capacidad de encuentro será lo único que nos salve y nos permita tener un futuro.
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Sebastián Álvaro es el director del programa de TVE Al filo de lo Imposible.