Más listo que el hambre
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Le pone pausa a todo. Cuando te mira, cuando te responde, cuando te analiza. En su trajín diario es igual. Paseo hasta la sede del Depor, paseo para regresar a casa, paseo al estadio, paseo si se tercia ir de copas a la zona del Orzán, paseo hasta el Playa Club. Camina mucho. Se roza con la gente. Lo da su vena populista. Y claro, como no fuma y bebe lo justo (cava catalán acompañando siempre al marisco) durará cien años. O más, qué carallo. Se ha acostumbrado a que confundan su primer apellido y lo usen como si fuera su segundo nombre. Que quede claro, César por parte de padre, Lendoiro por parte de madre y Augusto de nombre de pila. Eso sí, o le quieres o le odias. No hay término medio. Son más los que le quieren. Pero también los hay que no le perdonan sus puñeterías. Porque puñetero es, y mucho.
Ahora que vienen mal dadas está igual de agazapado que cuando levantaba trofeos. No es de los que sacan pecho, pero tampoco se hunde ante las dificultades. Sabe que ha creado un monstruo que es muy difícil de alimentar en una ciudad de menos de trescientos mil habitantes. Aparcadas las peleas con su compañero de pupitre y alcalde, otro populista llamado Vázquez, su objetivo es que el deportivismo se rasque el bolsillo para que la ampliación de capital dé un respiro al club ante el voraz apetito de los bancos. Y para colmo, la pelotita ha decidido no entrar. Da igual. Seguirá de pie, con la misma cara de escepticismo, con la misma insignia en la solapa del equipo de regional donde inició su carrera de directivo con apenas veinte años. Lendoiro sólo hay uno, por fortuna para el Depor.




