Lozano, entre el despacho y las canchas

Lozano, entre el despacho y las canchas

Hace un par de años, Javi Lozano quiso abandonar la dirección técnica de la Selección. Coincidió aquella decisión con el mal trago del Europeo, donde España acusó el principio del final de una generación de jugadores y la inmadurez de los que cogían el testigo. El entrenador entendió que su ciclo estaba más que cerrado, con un puñado de títulos y un enorme prestigio individual en las instituciones deportivas internacionales. En dos palabras: creyó que su tiempo había pasado. Volvió de Italia con la dimisión bajo el brazo. Y fue entonces cuando apareció Ángel María Villar, envuelto en la raíz de la crisis federativa, para pedirle que no abandonara el barco. Le necesitaba como estandarte de éxitos, apeló a su fidelidad y consiguió convencerle. Eso sí, le entregó la dirección de la Ciudad del Fútbol, que en realidad era la ilusión de Lozano.

Y desde ahí, combinando el desarrollo de las funciones de despacho con la supervisión de las canchas del fútbol sala, Lozano ha conseguido cocinar otra hornada de ganadores, apoyado en el buen hacer de muchos clubes de la Liga Nacional, cada día mejor organizada en estructura y competición. El seleccionador es un ejemplo alucinante de capacidad de trabajo, gestionando dos campos tan ajenos como la instalación federativa y la Selección española de fútbol sala. Pero nadie le puede toser a la cara. Mandan sus resultados y son espectaculares. Tres finales en tres Mundiales. España es un equipo conjuntado, valiente y tácticamente casi perfecto. Y las nuevas perlas que el técnico ha sacado de la cantera de la Liga son un modelo de clase y categoría. Afortunadamente Lozano no arrojó la toalla y la Selección sigue siendo el orgullo de todos.