Fernando VII y el champán
Esperaba un buen momento para contar esta anécdota. Lo es. Real (de Madrid) como la vida misma. 20 de mayo de 1998. La Nochebuena del santoral de los madridistas de bien. El día que cambió la historia del club más grande jamás contado. La Juventus de Zidane (¡tenía pelo!), Del Piero y Davids sucumbía ante ese ejército de anarquistas con balón que estaban en el punto de mira de una ciudad que sólo hablaba de sus correrías nocturnas. Il Real, como le llaman respetuosamente en Italia, jugó en torno a la magnificada figura de este jugador de cabello lacio y mirada asesina. Re-don-do. Un caballero fuera de la cancha y una hiena sin escrúpulos en el pasto. Se comió a a los Pesotto, Deschamps y Di Livio. Ni la olieron. Este gaucho de verbo refinado y fútbol de papel estraza supo imprimir al Madrid el gen que faltó durante 32 años. El del ganador.
Lo prometido es deuda. Les cuento lo sucedido nada más acabar the big final. 1-0. Gol histórico de Pedja Mijatovic. Lágrimas en los ojos de todo bicho viviente que tenga el corazón blanco y el espíritu libre de contaminantes. Vestuario del Amsterdam Arena. ¿Y dónde está el champán? Como no había excesiva fe y para que no diera gafe, el Madrid ni siquiera había previsto el capítulo músico-emocional del We are the champions. La Juve, siempre Vecchia Signora, supo reaccionar a la altura de su historia. Roberto Bettega, ilustre cannoniere de los bianconeros, era su vicepresidente y ya profesaba admiración/pasión por el Madrid. Se dirigió a José Luis López Serrano, alma mater del Imperio en Europa, y le dijo: "Amigo, nos sobran todas estas botellas de champán. Os las habéis ganado". Y bebieron felices. Grande Real. Grande Juve, Grande Fernando... VII.