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Adiós a los parques nacionales

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Hace unos días que partimos rumbo a Dajla desde el famoso oasis de Siwa, donde Alejandro Magno consultó al oráculo del dios egipcio Amón. Camino junto a unos camellos de una más que dudosa consistencia física, lo cual no es nada tranquilizador, pues serán nuestro medio para salir con bien del Mar de Arena. Mejor pensar en otras cosas, por ejemplo en qué contarles en esta columna. Mencionaba la semana anterior la reciente sentencia de nuestro Tribunal Constitucional en la que se atribuye la gestión de los parques nacionales a la comunidad autónoma donde se encuentren y, en caso de que éste ocupe territorios de varias autonomías, esa gestión se dividirá entre los distintos gobiernos. Quisiera volver sobre este asunto porque me parece que se trata de uno de esos temas que apenas consiguen sacar la cabeza en el marasmo del día a día, pero que resultan medulares a la hora de entender lo que nos pasa y hacia dónde vamos.

Esta desdichada sentencia va a destruir una red formada por todos nuestros parques naturales, algo fundamental para su supervivencia y para la propia identidad de nuestro país. Porque, como bien señala Eduardo Martínez de Pisón, estos parajes naturales, de altísimo valor para todos, se asientan sobre la geografía física de un país, no sobre la administrativa o la política. Son excepcionales engranajes naturales, nudos de vida y belleza que lo atan, lo definen, lo explican como un conjunto al tiempo que lo representan, sin que por ello se anulen o menoscaben sus peculiaridades y señas de identidad locales. Desgajarlos perturbará su raíz natural, incluso su significado como terreno público, colectivo y común a todos, seamos de donde seamos.

Por otra parte, supone romper con toda la legislación vigente que hacía que cada uno de los diferentes niveles de parques tuviesen diferentes grados de protección, siendo el Parque Nacional la mayor y mejor expresión de protección medioambiental. Pero es que, además, cercena la posibilidad de caminar hacia parques internacionales, que impulsasen, por ejemplo, un parque europeo de los Pirineos junto con Francia. En cambio, retrocedemos dejando en manos de gobiernos que han demostrado ya una escasa fiabilidad, como el aragonés que está arrasando el Pirineo, o el catalán, que devolvió el parque de Aigües Tortes con 2.500 hectáreas menos, auténticas joyas que desde este mismo momento, ahora, están en evidente peligro.

Ya hace tiempo que se habla de urbanizar los últimos rincones de Pirineos o de Picos de Europa plagándolos de telesillas, carreteras y chalés adosados. Ése es el tenebroso futuro que nos espera y cada vez está más cerca gracias a esta sentencia del Tribunal Constitucional. Ya nunca volverá a ser Ordesa de todos los españoles sino de unos caciques con denominación de origen que, en nombre de un gobierno progresista, están destruyendo las montañas más queridas de la geografía de España.

Sebastián Álvaro es director del programa Al filo de lo Imposible de Televisión Española.