A veces la confusión evoluciona hacia el orden espontáneamente. Debería ocurrir más a menudo. En todas las facetas. Anualmente la revista France Football publica la relación de los que, a su entender, son los 50 mejores futbolistas que laboran en Europa -independientemente de su nacionalidad- y aspiran al trofeo Balón de Oro que otorga la publicación. La subjetividad en la confección del listado es un guiño descarado a fomentar la polémica. Ausencias clamorosas y presencias gratuitas. También premiados de pírrica aceptación. El endogámico proceso parece que es bendecido por todos y el trofeo goza de prestigio. Esta nítida unanimidad contrasta sin embargo con el indeterminado criterio que en muchas de las 47 ediciones anteriores han mostrado los redactores y corresponsales de la revista; tanto en la elección de la lista cerrada, como finalmente en proclamar al ganador.

En principio se premia al mejor jugador del año en el fútbol europeo. No tanto su trayectoria por un período de tiempo más dilatado. De ahí que jugadores como Van Basten, Platini y Cruyff obtuvieron en tres ocasiones cada uno de ellos el trofeo; o los doblemente galardonados Di Stéfano, Beckenbauer, Keegan, Rummenigge y Ronaldo. Es una coronación puntual e individual: una temporada. Únicamente el francés Platini consiguió sus tres Balones de Oro consecutivamente. La presencia de seis jugadores griegos entre los cincuenta mejores -es de suponer que por la Eurocopa conquistada- entiendo que traspasa la línea de la parcialidad: es sulfatar al sentido común... y al propio enunciado por el que se convoca el galardón.

Al catálogo futbolístico desplegado por Ronaldinho Gaucho la pasada temporada, poco hay que objetar. Acaricia el fútbol con el balón. Pasma su magia e interesa a los escépticos. Fascina deportiva y humanamente dentro y fuera del escenario. Y quizá sea el único que se lleva los deberes a casa. Hoy por hoy pesa más que la ausencia de un título el pasado año. Es futbolista; como el resto de los 49 nominados. Pero distinto.