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La maldición del Camp Nou no la herederán nuestros hijos

El 21 de octubre del año 2000 irrumpió en el tormentoso paisaje de los Barça-Madrid un personaje que iba a cambiar la historia. Luis Filipe Madeira (Figo para los amigos del fútbol) se convirtió en un imán que atrajo hacia sí odios, prejuicios y rivalidades insanas. A Figo no le partieron la cara en el Camp Nou en su primera noche de blanco satén, pero le destrozaron los tímpanos, que absorbieron como una esponja la ira desbordada de un pueblo entero que quiso ver en la marcha del luso (para nada iluso) al Bernabéu una provocación social similar a la generada por el penalti señalado por Guruceta tras una falta fuera del área de Rifé a Velázquez.

Figo se llevó la tronada de 100.000 ex fieles a su fútbol de catarata y pasión desbordada, pero consiguió que el Madrid se vacunase para siempre de ese virus victimista que le hacía subir al puente aéreo con la cara de la derrota dibujada en el rostro. Le sucedió a los chicos de la Quinta del Buitre (jamás ganaron allí) y sólo la fe indomable del rebelde lisboeta enseñó el camino del nunca más. Una excepción. Hugo Sánchez se atrevió a desafiar el pánico del entorno de los Barça-Madrid en una noche en la que el hombre, todo virilidad, no tuvo más remedio que acomodarse sus partes.

El miedo escénico en el Camp Nou ha caducado para los restos. A las pruebas me remito. En sus últimos cuatro partidos allí, la gent blaugrana se ha vuelto a casa comentando las vaselinas de Zizou o la venganza de Ronie. Dos empates y dos derrotas. Cuatro años sin poder cantar victoria ante el enemigo que les quita el sueño las 24 horas del día. Aquí, todos nos conocemos... Figo no se arrugará el 20-N. El Madrid le acompañará en la manifestación. ¿Quién dijo miedo?