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10 años y un día, ¡Bendita condena!

Hubo un tiempo en este país en el que arrasó aquello de la arruga es bella. Futbolísticamente hablando, Raúl simboliza el espíritu de aquel movimiento que esconde la gran verdad del ser humano: el motor de todo y el corazón que mueve los hilos está en el interior de la persona. Así es Raúl, un jugador perfectamente imperfecto. Sus taras técnicas, su falta de un disparo terrible y sus dificultades en el uno contra uno engrandecen aún más sus verdaderas cualidades. Sale al rescate del equipo cuando hay síntomas de naufragio, hace de la polivalencia posicional un tratado de estudio para los entrenadores, presiona la salida del rival como si le fuese la vida en ello y convierte el fútbol en un deporte de culto. Si un equipo tuviese once raúles, seguro que Florentino y los directores de periódicos dormirían más tranquilos. Títulos y gestas asegurados...

Conocí a Raúl en Zaragoza hace diez años y un día (¡Bendita condena!) y siempre le agradeceré lo mucho que me ha enseñado en este tiempo. En La Romareda supo darnos una pista de lo que sería su Década Prodigiosa. Falló varios goles, pero fue el mejor de largo. Raúl ha rescatado los valores más nobles que han idealizado los 102 años de historia del Real Madrid y ha servido de dique moral para todos los galácticos que aterrizan por la capital cada verano. Raúl es un capitán que se ha ganado el respeto del Bernabéu a base de ejemplarizar con su honestidad profesional. Lucha como Pirri, da la cara en el área como Santillana, impone respeto con su mirada como Benito y tiene carisma en la grada como Juanito. Raúl es un madridista de catálogo. Intachable. El espejo que ilumina el rostro de los futuros Pavones. Él es el futuro.