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Inglaterra, ¿de cuna a laboratorio?

Afirmaba Einstein que el futuro no le preocupaba porque llega siempre demasiado pronto. En Londres, los seguidores del Chelsea se acostaron rutinariamente y despertaron con la noticia de que un joven magnate ruso había comprado el club. En quince meses casi veinte fichajes inflacionistas, ningún título de momento y una nueva modalidad en las gradas del estadio de Stamford Bridge para combatir el frío y la humedad: gorros de astracán. En Manchester, los seguidores pequeños accionistas del United no duermen para evitar que un caprichoso multimillonario norteamericano les haga la cama. El tal M. Glazer pasó de tener el 19,17 % de las acciones del club al 28,11% en menos de una semana; según la ley inglesa si alcanzara el 30%, estaría obligado a realizar una oferta de compra del club. El desvelo de los supporters no ha adormilado su voluntad para bloquear tal posibilidad: han contactado con un banco japonés de inversiones, Nomura, que les facilitaría un crédito para comprar más acciones. ¿Globalización? Mejor tentarse la camisa.

R oman Abramovich jamás pisó un campo de fútbol anteriormente. Malcolm Glazer hoy tampoco. Son inversionistas a muy corto plazo. Saben que los clubes están empobrecidos, pero que alrededor de este deporte se mueve mucho dinero. No quieren la leche de la vaca, sino su piel. Hay quien sostiene que sólo lo hacen para adquirir notoriedad a golpe de talonario. Argumentan que Inglaterra es el paraíso de las individualidades, la excentricidad, las anomalías, las herejías y el humor. Tanto Abramovich como Glazer, con toda su fortuna, nunca habían conseguido tanto espacio en los medios de comunicación europeos.

También lleva meses intentándolo el primer ministro de Tailandia, T. Shinawatra: ha presentado varias ofertas al Liverpool para comprar el paquete mayoritario de acciones del club. Extenderán la chequera hasta que se les pase el capricho, o su ego les pida otra aventura distinta. Lord Byron escribió que al que cae desde una dicha cumplida no le importa cuán profundo sea el abismo. Tiempo al tiempo.

La irrupción de este tipo personajes en el mundo del fútbol dejará secuelas. Seguramente más negativas que positivas. De hecho Abramovich ya controla el Grupo H de la Champions League. Además de su Chelsea, entre los tres equipos restantes está el CSKA de Moscú. Esponsorizado por la petrolera Sibneftbon, de la cual el magnate es copropietario. En Rusia, después de la adquisición del club londinense, le criticaron que jamás hubiera ayudado a ningún equipo de su país. Acalló la acusación pagando 54 millones de dólares por tres años al equipo de la capital. Talonario. Y ahí también se rinde la UEFA. La cuna del fútbol se está erigiendo hoy en el laboratorio donde experimentan presuntos redentores de las economías de los clubes. En Italia y España varios equipos han enseñado ya sus vergüenzas económicas a posibles compradores/salvadores. ¿Y una vez despellejada la vaca?.