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Parques nacionales, marca USA

Escribo estas líneas en el avión de vuelta a España. Apenas ojeo el periódico para confirmar que todo sigue igual que cuando partí a hacer las Américas hace dos meses: el Real Madrid y su cantinela, o Pasqual Maragall y la suya, que va camino de pasar a la historia por deshacer una selección española, que contaba con el apoyo de todos los españoles, para tener una catalana a la que apoya una parte de los catalanes. No deja de ser una curiosa metáfora de a dónde nos dirigimos: a ser cada vez más pequeños y menos importantes. Dice Alfredo Relaño una frase que conmueve: España está cosida por hilos invisibles. El optimista que hay en mí quiere creerle, a pesar incluso de nuestra clase política. Aunque alguien les vota, así que no hay que quejarse.

Todo esto me produce cierta extrañeza viniendo de Estados Unidos, tan denostado en nuestros tiempos, pero del que vengo realmente maravillado después de haber visitado algunos de sus parques nacionales en California y Utah. El ritmo vital que desprende este país, desde la economía al medio ambiente, sostenido por una sociedad civil que cultiva la libertad, al tiempo que asume que hay que cumplir la ley, es sencillamente una cuestión a imitar.

También en el apartado de la protección del medio ambiente hay que recordar que los norteamericanos fueron pioneros. Si hoy la figura de los parques nacionales se ha extendido a todo el mundo, y es sinónimo de civilización y de calidad de vida, es gracias a la labor llevada a cabo por John Muir durante toda su vida. Fue el coraje y el empeño de este personaje extraordinario el que propició que en 1890 se declarase parque nacional al valle de Yosemite, en el que hemos estado escalando, al que pronto le seguirían otros. Claro que mientras que a Muir fue a verle a su valle el presidente Franklin D. Roosevelt, quien adoptaría medidas para hacer realidad buena parte de sus sueños, en España, y casi treinta años más tarde, Pedro Pidal tendría que pagar de su bolsillo los guardas del parque de Covadonga.

Y ahora mismo el gobierno de Aragón ni recibe ni negocia con los grupos ecologistas que defienden los Pirineos. En fin, ¿a quién habría de criticar? John Muir, como nuestro admirado Martínez de Pisón, puso de relieve la obligación que tenemos los humanos de conservar los parajes naturales para admirarlos, para abrirlos al sentimiento y, en definitiva, a la contemplación estética y moral.

Por eso resulta tan difícil de admitir que el destrozo y la falta de sensibilidad venga por parte de partidos que se autodenominan de izquierdas, aunque quizás, piensa uno, a lo peor es que ya nadie es lo que dice ser. Deberían tomar nota de John Muir cuando descubrió que la esencia de la naturaleza tiene un componente cuasi religioso, frente a la actitud materialista y utilitaria de una civilización que se dirige, por ese camino, a su propia destrucción. Y lo puso de relieve con una frase que, al igual que la mencionada de Alfredo Relaño, uno quiere creer a pies juntillas: El sol no sólo brilla sobre nosotros, sino dentro de nosotros.