Cien veces gracias, Maestro
El día que Zidane decida colgar sus botas de seda, nos acordaremos del divino calvo. Por eso me sublevo cuando alguien se acerca tras un par de malos resultados y te suelta esta fresca irracional: Oye, deberían jubilar a Zidane. Ya está muy viejo. Para nada. El Madrid perdió en Montjuïc y en San Mamés porque jugó sin su brújula francesa, sin ese GPS que sabe leer los partidos como si fuese un científico. El que mejor descodificó el lujo que suponía contratar a este David Copperfield del fútbol es Di Stéfano. Cuentan que una tarde se entusiasmó tanto el socio número 20.553 en el palco del Bernabéu que parecía uno de esos expertos taurinos que animan al matador a meterle la muleta al astado por el lado bueno. Don Alfredo, en la distancia, le decía cada vez que embolsaba la pelota: Tócala, Maestro. Viniendo esas palabras del jugador más completo de la historia del fútbol (con mi padre discuto a estas alturas de pocas cosas, así que le creo), conviene reconocerle a Zizou todo lo bueno que nos ha dado en estos años de muchas luces y escasas sombras.
A Zidane hay que agradecerle que haya sabido adornar las citas del Bernabéu con un toque de clase que justifica el precio de cualquier entrada. El control de pelota que hizo hace un año ante Manuel Pablo antes de asistir a Ronaldo, la roulette de este verano en Japón o el autopase que le hizo a Barajas con un toque curvo de 180 grados en un Madrid-Valencia legitiman los 13.000 millones que pagó Florentino. Lo bueno acaba siendo barato. En los tiempos de los García (Mariano sabe de qué hablo) los madridistas habrían matado por tener media pierna de Zidane. Mimémosle. Zizou, Maestro, cien veces gracias. Merci.