La suerte, para el que la busca
Florentino resoplaba en el palco. En Montjuïc no podía buscar con la mirada a los que presuntamente le dan buena suerte cuando juega en su estadio. Que se te lesione el portero, que Ronaldo falle un penalti y que Samuel sea expulsado en su debut liguero, dan que pensar en gafes. Pero sería un error simplificar así los problemas que siguen aflorando. La revolución de Camacho se quedó en nada porque ninguno de los suplentes derribó la puerta de la titularidad a patadas. El exceso de delanteros sirve de poco si los cuatro demuestran estar bajo mínimos. Owen pareció Raúl y Morientes se contagió de Ronaldo. Con ser todo esto definitivo, lo fue más la nula capacidad de elaborar juego. No es cuestión de bloqueo, simplemente el Madrid no sabe a qué juega. Y si lo sabe, lo disimula muy bien. Cualquier equipo bien plantado y que le presione, le hace sufrir.
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Hay otro aspecto que incluso es más preocupante. Ni en el campo ni en el banquillo, salvo los gritos de Camacho, se nota tensión. Excepto contados gestos de desesperación de Helguera, el partido se estaba perdiendo y allí parecía que no ocurría nada. Los suplentes, alicaídos, como resignados a su suerte, incluido Raúl. Era un rosario de caras que denotaban abatimiento y resignación, como convencidos de que lo que estaba ocurriendo se veía venir. La dura charla de Camacho tras ganar lastimosamente al Numancia no parece que surtiera efecto, salvo para enfadar a todos porque se publicó con pelos y señales. Los mimitos del técnico tras perder en Alemania, suavizando su discurso, tampoco han servido de mucho. ¿Por dónde tirar ahora? Ha llegado el momento de que Camacho elija a partir de ahora a los once más comprometidos y se olvide de terapias de psicólogo. xxxxxxxxxxxxx
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