Adiós a un pedazo de historia
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Teníamos la mosca detrás de la oreja desde hace tiempo. Cada vez se rumoreaba con mayor frecuencia y desde el Atlético hacía tiempo que nadie lo negaba con contundencia. Lo entendíamos como algo inevitable, aunque no quisiéramos verlo. Ahora, las dudas se me han despejado de forma abrupta. Enrique Cerezo, en las páginas de este mismo periódico, ha cercenado de un plumazo cualquier atisbo de sentimentalismo. El Vicente Calderón, más tarde o más temprano, será pasto de la voracidad inmobiliaria. No hay fecha definida, aunque parece que la más probable es en 2007, pero ya podemos irnos haciendo a la idea de mudarnos y de abandonar nuestro adorado entorno natural. El personal enclave del estadio, una humilde barriada que ha dado idiosincrasia y carácter al club, será sacrificado en aras de los intereses de la entidad.
Me da lástima, me produce verdadero pesar que el frío mercantilismo termine por imponerse a los cálidos sentimientos. Me provoca tristeza que los calculados números se impongan a las incalculables emociones y que el futuro se construya a consta de destruir una parte incuestionable del histórico pasado de este club. Un grisáceo plan urbanístico sustituirá al colorista y emocional plan dominical, traspasado de padres a hijos, de acudir cada tarde al populoso Vicente Calderón a revivir las mismas angustias de siempre en el mismo lugar de siempre. Me cabrea que el vil dinero vulnere tradiciones y recuerdos, que el saneamiento de unas maltrechas cuentas tenga que pasar por arrinconar la memoria colectiva de unos aficionados que, sin el estadio de los perennes sinsabores, perdemos una parte importante de nuestra identidad.



