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Quesos, paradojas y parecidos

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Cuando abandonaba el lugar desde el que había leído el pregón de la Fiesta del Queso de Cabrales pensaba en las paradojas que nos depara la vida. Y las coincidencias; porque en el fondo somos producto de esa ambivalencia, de lo que decidimos hacer y también de lo que no hacemos al final por unas causas u otras. Unas semanas antes, en el campo-base del K2, la verdad es que el sentimiento que más percibía era la perplejidad por haber sido invitado a ese acto. Cavilaba que no debía ser por méritos propios, ya que nuestras incursiones en la gastronomía se suelen limitar a lo justo para ir sobreviviendo, que casi siempre es un plato de arroz comido a deshora y cocinado con más pena que gloria. Y conste que lo de que la hiena es la mascota de Al Filo (por aquello de que come carroña, se aparea una vez al año y encima se ríe, el animalito) no deja de ser una leyenda urbana sin la menor base científica. Pero hurgando un poco con el piolet en la capa helada de las dudas comienzan a aflorar las coincidencias.

Este año ha sido el 50º aniversario de la primera ascensión del K2, donde hemos vuelto a vivir la alegría y la amargura como sólo en la Montaña de las montañas es posible después de que Juanito Oiarzabal y Edurne Pasabán hicieran cumbre pero tuvieran que pagar un tributo físico alto por ello. Y también se cumplía el centenario de la primera ascensión del Naranjo, efeméride que, intuyo, habrá llevado a los organizadores a acordarse de mí y ofrecerme el honor de dar el pregón de su fiesta. Así pues, de nuevo el K2 y el Naranjo volvían a acogerme bajo su sombra. A pesar de la distancia y las enormes diferencias, estas dos moles de roca guardan muchas similitudes en mi corazón. Quizás sea porque con ambas he vivido una relación especial de amor y tristezas que me han dejado huella.

Ambas irradian fuerza, repulsión, y grandeza. Y el temor de estar en una situación en la que la incertidumbre y el riesgo acompañan a la apuesta de escalar al límite. Sí, se puede decir tranquilamente, son montes en los que frecuentemente se siente miedo. Y ambas son montañas que han marcado la historia del alpinismo, el paisaje y a sus gentes. El Karakorum, de la misma forma que Picos de Europa, es un paisaje adusto, agreste; que concita, como dice mi amigo Eduardo Martínez de Pisón, la genialidad geográfica. Los viajes al Naranjo fueron los primeros que me pusieron en contacto con la montaña, lo que por supuesto ha marcado mi trayectoria.

Más tarde he podido conocer casi todos los macizos montañosos de la Tierra, de los Alpes al Karakorum. Paso más meses al año en el Himalaya que en España. Sin embargo, muchas veces, mirando las estrellas dentro del saco de dormir allá donde me atrapa la noche, me entretengo en recordar la inconfundible silueta del Naranjo poblando mis sueños y mis pesadillas a la espera de rematar alguna ascensión. Y a partir de ahora tendré la suerte de que serán recuerdos con aroma a queso de Cabrales. El aroma penetrante, no apto para pituitarias delicadas y paladares mojigatos, de las montañas imprescindibles.

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Sebastián Álvaro es el director de Al Filo de lo Imposible, programa de TVE