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En las mejores manos

Conozco a un par de personas que se contagiaron de la pasión por la montaña en un hospital. Ni su biografía ni sus aficiones les habían llevado más allá de un agradable paseo campestre y, sin embargo, han acabado sabiendo de ochomiles, vías de escalada, vivacs, porteos o equipamiento de altura como si estuvieran en la carrera por los catorce. El doctor Ricardo Arregui y Consuelo Chillida aprenden estas cosas, y otras aún más importantes sobre el alma humana, mientras atienden a los alpinistas con congelaciones que llegan a la clínica MAZ.

Mi amigo Kiko Arregui ni siquiera es médico deportivo, sino neurocirujano. Y ¿qué hace un neurocirujano tratando congelados? Es una buena pregunta cuya respuesta contiene ciertas dosis de azar y otras muchas de curiosidad, quizá esa misma que empuja a los alpinistas a lo alto de las montañas. En 1992 Kiko sustituyó la anterior pregunta por otra aún más atractiva: ¿Qué hace un neurocirujano en el campo base del Everest? Porque el contagio ha sido de verdad severo en el caso de Kiko, quien acabó enrolándose en nuestra expedición al pilar sur del Everest, junto a los amigos de la Escuela Militar de Jaca.

Durante los largos días de la marcha de aproximación el grito que solía oír recién levantado era: ¡Arregui te vas a cagar! Pero aquellos turbios augurios que le lanzábamos en broma no se cumplieron y llegó de una pieza hasta los 5.300 metros del campo base, donde llevó a cabo un innovador estudio científico y, sobre todo, cuidó de todos nosotros. También logró salvar la vida de un serpa que se había roto la cabeza en la Cascada de Hielo. Atendió a varios congelados, redujo fracturas y ayudó a Pérez de Tudela a superar un infarto. Aquello nos sirvió a nosotros pero también a Kiko que se convirtió en uno de los médicos en todo el planeta con más experiencia en este campo. Le hizo madurar como profesional y como persona. Y nosotros somos los beneficiarios.

Desde sus comienzos, hace unos veinte años, más de seiscientas personas han sido tratadas por nuestro médico de cabecera, como le gusta denominarse, y nuestra amiga Chelo, que es la imagen de la bondad y la paciencia personificadas, la que lleva a cabo las agotadoras, pero imprescindibles, curas para salvar y recuperar lo que se pueda de esos dedos negros con los que a veces llegamos al hospital. Antes de irnos de expedición, en la MAZ nos revisan y nos preparan el botiquín necesario. Y antes de iniciar el ataque a la cumbre, como el otro día en el K2, Kiko se queda sin dormir pendiente toda la noche al otro lado del teléfono.

Probablemente ni ellos mismos sepan lo que representan para nosotros en ciertos momentos. Personas como Kiko o Chelo rara vez merecen atención pero todos los que han recibido sus cuidados jamás los olvidarán. Porque han encontrado en ellos ayuda y, lo que es más importante, comprensión. Han sentido que quienes les atendían comprendían lo importante que era para ellos poder volver a la montaña. Sin duda estamos en buenas manos. Las mejores.

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Sebastián Álvaro es director del programa de TVE Al Filo de lo Imposible.