La madurez que dan los años
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Para José Antonio Camacho siempre hay exigencias, incluso en partidos como el de hoy. Pero ya no vive en permanente estado de ansiedad. Ha madurado mucho. Su fiel Carcelén, también. Diría que casi le sobran ya las pruebas de este tipo. Hace días que tiene todo muy claro en su libreta. Se aproximó al futbolista en Jerez, detectó las carencias en Lisboa y empezó a ver la luz en Japón. Era cuestión de paciencia, y de que los jugadores crean en este nuevo proyecto. Siempre pongo el mismo ejemplo para definir el trabajo de Camacho y cómo le gusta encarar los partidos: la goleada a Austria en sus primeros meses como seleccionador. El equipo muy junto, trabajando como si fuera un modesto y dando libertad a los artistas. A eso no estaba acostumbrado el Madrid de Queiroz. El de Camacho tampoco. Pero va entrando en la senda.
Hubo un detalle significativo en el último partido en Japón. Raúl jugó apenas media hora y, cuando el partido adormecía, levantó al resto buscando robar desesperadamente el balón. Él, mejor que nadie, conoce a Camacho. Fue un gesto de lealtad, de compromiso, el que quiere ver en el resto de sus compañeros. Si fuera el de hace seis años, cuando plantó a Lorenzo Sanz, hubiera montado en cólera al descubrir los hábitos y vicios que tenía el grupo. Ahora ha callado, pero dejando claro quién manda en esta aventura. Y me soplan que, poquito a poco, casi sin que se den cuenta los jugadores, van a cambiar otras muchas cosas, esas que hacen que el funcionamiento interno proyecte una imagen de seriedad cara al socio. Vestimenta, viajes, atención de los suplentes en el banquillo, días libres, partidos amistosos tomados con seriedad...




