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Ojo, es el killer de la Champions

Seamos sinceros. El 90 por ciento de los madridistas vieron con buenos ojos la cesión de Morientes al Mónaco al considerar que el extremeño había cumplido su ciclo en el Bernabéu. Delantero con olfato, gran cabeceador, correcto con el balón en los pies, aceptable sentido del desmarque... pero un poco frío y pusilánime. El Moro era un gran suplente, pero con Ronaldo ahí era como tener un Ferrari en el garaje. Todos, argumentos razonables. Pero nos olvidamos del Moro-persona, del chaval que a sus 28 años había alcanzado su madurez futbolística tras ser titular en las finales de la Séptima, la Octava y la Novena. Tela.

En Mónaco sacó su espíritu rebelde alimentado en su infancia manchega (Sonseca), que creció más todavía a la sombra de ese Príncipe Alberto que parece un hooligan de sangre real. Morientes evidenció su transformación en un bad boy en sus dos reencuentros con el Madrid. Gol en el Bernabéu, gol en el Principado. Dos cabezazos que trajeron de ídem al Madrid de Queiroz. Fuera de Europa. Morientes reivindicado. Pichichi de la Champions. Pasó la ITV de la desconfianza. Era de casa, era nuestro. Madridista, respetado por el vestuario (Raúl lo celebrará con champán). Camacho, que los lleva al huerto como si fuese una top model, ha hecho el resto. El Moro se queda. Galáctico de casa. Bueno para el Madrid. Sí.