Tensos días de espera
Con parsimonia, realizamos las tareas caseras. Hacemos la colada, que ya toca porque comenzamos a oler como nuestros queridos amigos los porteadores baltíes. A mi lado algunos practican con la cámara de cine y el saco negro. Se adiestran en la operación de cargar y descargar la película.
Es un trabajo que luego les será muy útil, cuando deban hacerlo con los guantes puestos y enmedio de la ventisca. Otros, incapaces de dominar la impaciencia, se dedican a pasear por el campo base y visitando a otras expediciones.
No se cansan de preguntar por la previsión del tiempo aunque de sobra saben cuál es: la que da una vez más la razón a Martin Conway, un alpinista inglés que fue uno de los primeros exploradores de este lugar. Tras una larga temporada en este macizo montañoso escribió: El tiempo en el Karakorum fue el normal, es decir, detestable.
Son los peores días al pie del K2. Es tiempo de espera, cuando ya nada depende de ti, ni de tu esfuerzo, ni de la habilidad, ni de la inteligencia, sino de lo que los dioses que regulan los vientos tengan a bien disponer. Por eso es tan importante mantener la calma y la sangre fría. Las precipitaciones, y las equivocaciones, a la hora de evaluar el momento preciso para asaltar la fortaleza del K2 se pagan caras.
Nunca olvidaré a aquel grupo de montañeros de la India que, en 1992, decidieron atacar la cima del Everest antes de tiempo y se quedaron pegados, literalmente, congelados a la pared que lleva al Collado Sur de la montaña más alta de la Tierra. Son lecciones que, una vez que se han vivido, no se olvidan nunca.
Por ello, y en contra de la opinión de algunos de mis amigos, me parece que estos días, en los que somos zarandeados por la impaciencia, la espera y el mal tiempo, no son en absoluto días inútiles sino tiempo de aprendizaje. De saber medir las propias fuerzas y las del contrario. De aprender a leer las condiciones de la montaña y reafirmar la cohesión del grupo. En una palabra, de saber analizar con frialdad las posibilidades que realmente tenemos.
Acaba de llegar al campo base, con 79 años, Lino Lacedelli. Él y Compagnoni fueron los primeros hombres en pisar esa cima que ahora anhelamos, hace cincuenta años. Su ejemplo de entereza y valor, y también prudencia, a la hora de afrontar las jornadas finales de aquella aventura cobran nuevo valor con su presencia junto a nosotros.
Ya vendrá el tiempo de la acción, de echar toda la carne en el asador, de apurar los segundos que tiene un minuto justo cuando se decide el éxito de tu empresa y también la propia vida. Cuando se entrevé esa parte de la vida que está más allá de los propios límites, justo en el filo, para asomarte a ver qué hay del otro lado. Quizás también para ver dentro de nosotros mismos. Mientras llegan esos momentos decisivos hemos de resignarnos a seguir esperando.
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Sebastián Álvaro es director del programa de TVE Al Filo de lo Imposible.