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Gorrones de altura

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Conocí a Alan Rouse en el campo base del K2 en 1983. Por entonces estaba en el grupo de Doug Scott y trataba como nosotros, aunque por otra vertiente, de alcanzar la cima de la Montaña de las montañas. Era un chico de apariencia tímida que se escondía detrás de unas gafitas tipo Lennon. Le he recordado estos días en que todas las expediciones se están preparando para conseguir la cima del K2.

Aunque todos perseguimos el mismo objetivo, no todos compartimos los mismos métodos. Los hay más o menos fuertes o experimentados, más o menos equipados. Y también están, ¡ay! los que quieren aprovecharse del trabajo ajeno, quedándose a la cola a la espera de que esté todo el trabajo hecho, las cuerdas ancladas y las tiendas puestas. En pocas palabras: son algo así como gorrones de altura.

Esta actitud no sé por qué me ha recordado lo ocurrido a mi amigo Alan Rouse en 1986. Formaba parte de un grupo de famosos alpinistas entre los que se encontraban también Roger Baxter, Jean Affanasief, Doug Scott, Greg Child o Don Whillans, eran nuestros héroes del momento. Sin embargo, aquel grupo apenas se comportó como un equipo, sino más bien como la suma de muchas estrellas que apenas trabajaban. Algo similar a lo que suele suceder en nuestra Selección de fútbol.

Quizá por ello Alan Rouse volvió a intentarlo, con un grupo diferente, tres años más tarde. Alan conseguiría la cima del K2, convirtiéndose en el primer británico en lograrlo, pero ¡a qué precio! El destino quiso que de nuevo coincidiésemos también entonces en el Karakorum. Tras ascender el Chogolisa y el Broad Peak, me acerqué al campo base del K2 para saludar a todos los amigos que allí aguardaban su última oportunidad de lograr cima.

Cómo imaginar el drama que se desarrollaría unos días más tarde. Y mucho menos que Alan, sería el gran sacrificado. Siete personas iniciaron la ascensión. Pero, en la parte alta de la montaña, sería Alan quien dio la cara, el que abrió huella en la nieve profunda, quien literalmente arrastró a su compañera, la polaca Mróswka hasta 50 metros de la cima, donde la escaladora ya no pudo más. Luego, pisó la cumbre y regresó a por su compañera para llevarla hasta el último campamento, a casi 8.000 metros. Allí les atrapó una tormenta durante días. Alan dio nuevas muestras de su gran generosidad. Dio cobijo en su tienda, aún a costa de ser de nuevo el gran sacrificado.

En la sexta jornada, cuando todos les daban por muertos, tres de ellos, Kurt Diemberger, Willy Bauer y la alpinista polaca iniciaron un alucinante descenso en medio de un infierno blanco. Sólo Kurt y Willy -curiosamente los de más edad- regresaron con vida al campo base. Al año siguiente, fue encontrado el cadáver de la tercera en intentar escapar, aferrado a las cuerdas fijas cerca del campo 2, precisamente el campamento que acabamos de montar ayer. Alan Rouse fue abandonado con vida pero incapaz de dar un paso más, a 8.000 metros. Fue el héroe de aquella trágica ascensión.