El talento nómada de Surinam
La primera vez que me enfadé con Lorenzo Sanz fue el día que decidió aceptar un oferta del Inter por Clarence Seedorf, que alcanzaba los 4.000 millones de pesetas. La plusvalía de la operación era indiscutible. El ex presidente lo trajo en 1996, procedente de la Sampdoria, por sólo 600 kilos (un éxito) y tres años después había multiplicado por siete su valor. Pero fue un error malvenderle, por mucho que esta pantera negra (no me refiero a su escudería de motos) fuese incluida en el lote frívolo de la Quinta de los Ferraris. El holandés de piel de ébano y trenzas Bob Marley pagaba la factura que abonaron Mijatovic, Panucci y Suker por estar metidos en la locura ocio-sexual de Madrid la nuit. Los héroes de la Séptima no merecían que el ínclito JB Toshack fuese su verdugo implacable.
Pero el talento de este holandés de Surinam (jamás olvidaré el golazo que le metió a Molina en un Madrid-Atleti) ha seguido dándole la razón. En el Milán han sabido explotar esa sutileza en el trato con el balón (campeón de la Champions 2003) y ahora el demonizado Advocaat se entrega a su batuta para que Van Nistelrooy, Van der Vaart, Sneijder o Robben se sientan tan libres como Clint Eastwood cuando huyó de Alcatraz. Seedorf es jugón, se siente latino y y tiene a punto su casa de Madrid para quedarse a vivir entre nosotros cuando entierre las botas y diseque el último balón que disfrute con su exquisito golpeo. Clarence, sólo por ti me alegraré si tu naranja mecánica tumba a Figo. ¡Luis, a por ellos, oé!