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El peor súbdito

Cómo me gustaría ver pasear por este campo-base a Alister Crowley. Aunque, bien pensado, no dejaría de ser una temeridad, teniendo en cuenta su arrebatada personalidad. Algunas actitudes y comportamientos que estoy observando estos días en el campo-base del K2 y me llegan desde el otro lado del teléfono llenos de deprimida decepción deportiva me llevaron a pensar en este alpinista, escritor y nigromante, entre otras actividades.

Aleister Crowley debe estar entre los personajes más peculiares de cuantos ha atraído hasta sus pies la segunda montaña más alta de la Tierra. Protagonizó en 1902 la que sin duda ha sido la más extravagante de las tentativas de llegar a la cima del K2. Junto a Oscar Eckestein, inventor de los crampones de ocho puntas, se encaró con la Montaña de las Montañas, sólo lo cual ya era notable. Pero estos pioneros eran hombres excepcionales, fuera de lo corriente en el más estricto sentido de la palabra.

Por supuesto lo fue Aleister Crowley, un anarquista irlandés que definió el alpinismo como un inmejorable método para conocerse a sí mismo. Bien es verdad que alcanzó cierta celebridad no por su filosofía alpinística o su afición a la escalada en solitario, sino por su libertaria actitud frente al sexo, las drogas y la práctica de la magia negra. La prensa victoriana pronto lo calificó como La Gran Bestia 666. Todavía en 1947, año de su muerte, la prensa le consideraba el peor súbdito de la Gran Bretaña, lo que muy posiblemente le hubiera enorgullecido. Crowley era amigo de Eckestein y juntos habían realizado escaladas muy difíciles en los Alpes. Además compartían su desprecio por el Alpine Club al que tildaban de notablemente innoble. El pragmatismo de Eckestein y la determinación de Crowley estaban destinados a producir resultados sorprendentes o, al menos, poco previsibles. Y así ocurrió. Mientras se encontraban escalando a una altitud de unos 6.000 metros y durante un agitado intercambio de opiniones, Crowlay llegó a amenazar a un compañero con un revólver de gran calibre que siempre llevaba en la mochila.

Todo fue inútil y el primer intento de escalada al K2, realizado por la arista nordeste -en contra de la opinión del volcánico irlandés- acabó en un completo fracaso. La ruta elegida no era la adecuada para las posibilidades técnicas de la época, los porteadores baltís no estaban preparados para subir con las cargas por un espolón tan complicado. Además, sólo en 8 días de los 68 pasados en la montaña el tiempo fue aceptablemente bueno.

Todo esto es cierto. Pero lo intentaron. Ni se me pasa por la imaginación sugerir a nuestros responsables deportivos métodos tan contundentes y poco sutiles como el utilizado por Crowley para estimular a su compañero de escalada. Sin embargo, no puedo por menos que echar de menos su espíritu de superación, ese carácter que le impedía ser súbdito de la fatalidad. Desde luego que sería estupendo verle pasear por este campo-base. Y por otros campos de juego.

Sebastián Álvaro es el director del programa de TVE Al Filo de lo Imposible.