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Aquel verano del 81

La primera vez que recorrí el glaciar de Baltoro, hace ya 23 años, lo hice en esa edad en la que uno cree que los favores de los dioses siempre estarán a nuestra disposición. Allí sentimos la belleza que se experimenta en la carne, pues es un paisaje tan deslumbrante y abrumador que acaba apropiándose de quien lo admira. Ésta es la diferencia substancial entre los paisajes del Karakorum y otros, igualmente bellos incluso, pero no tan conmovedores. Ahora, con más de 20 expediciones al Karakorum, comienzo a intuir por qué he necesitado volver a este lugar una y otra vez.

?Quizás tenga razón el maestro Sabina cuando escribe que "al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver", pero no ha sido así en mi relación con el Karakorum. Creo que vuelvo a este lugar con el afán de recuperar las sensaciones que me produjo la primera vez que nos vimos el verano de 1981, el más apasionado sentimiento de montaña. No era consciente entonces -lo aprendería meses después, en un brutal contraste, cuando dos amigos con los que había estado en el Karakorum sufrieron un grave accidente en los Alpes, a resultas del cual falleció Manuel Martínez y Javier Alonso quedó gravemente herido- de que en aquellos días en el Karakorum había sido feliz.

?En aquel primer viaje aprendimos algo nuevo sobre nosotros. Envuelto en la quietud de un amanecer en Urdukas, Manolo descubrió algo que los demás tardaríamos más tiempo en comprender. Caminando por lo que Oscar Dyrenfurth definió como "la más bella expresión de las fuerzas orogénicas del planeta", Manolo intuyó que, para vivir una relación apasionada con la naturaleza, con la montaña, ésta debe ser recíproca; debe ser un espejo de nuestros deseos y de nuestras pasiones en una relación que se alimenta mutuamente. Allí nació una pasión que no se ha enfriado hasta hoy, a pesar de los avatares y reveses que he sufrido. Con el dedo, Jabo y Manolo dibujaron por primera vez sobre la pared vertical y desafiante de la Gran Torre del Trango una ruta de ascensión que los noruegos que la abrieron años después bautizarían como la "Vía sin retorno".

?De manera similar, la ruta por la arista norte del Chogolisa, que abriríamos cinco años más tarde, emergió de la imaginación de Jabo una tarde en la que estábamos todos en el campo base observando esa montaña. Tanto Jabo como Manolo no eran alpinistas, ni personas convencionales que se limitan a repetir itinerarios difíciles. Eran innovadores, creadores de montaña, auténticos alpinistas en el sentido que le daba a esta palabra Mummery, cuando afirmaba que sólo se podían considerar como tales aquellos que escalaban nuevas vías. Proyectos como la escalada a las dos torres del Trango o el que nos ha traído al K2 se los debemos a ellos. Y creo que es justo que les agradezca lo que hicieron por nosotros. Todo nació en aquel verano del 81 en el Karakorum, un paisaje que cambió no sólo nuestra forma de entender la montaña sino nuestra existencia.