Leo llega a un lugar maldito

Leo llega a un lugar maldito

El descenso a Segunda dejó al Atlético sin honor y sin portero. Lendoiro fue de pesca al Calderón y se llevó de saldo a Molina, en pack con Valerón y Capdevila. Sin él, la portería pasó a ser protagonista principal en el vodevil rojiblanco de los años siguientes. La primera temporada en el infierno, Toni confirmó lo apuntado en la final de Copa frente el Espanyol: la suerte no era su amiga. Ni Tamudo. Ni la prudencia. Su autogol en Murcia, en un balón sin peligro que se iba fuera, es una de las imágenes más tragicómicas que recuerdo. Como Sergio Sánchez tampoco cuajó, al año siguiente llegó Burgos, rockero, fiel a Queen: Show must go on. Y el espectáculo continuó. Vaya que sí. Con todo, entre taquicardia y taquicardia, el argentino funcionó y se volvió a Primera.

Entonces llegó Esteban. Un buen portero, mejor que la versión del Mono a la que se medía, pero cuya obsesión con el gran tirón mediático de su rival aumentó la inestabilidad. Jugaron casi por igual. Uno enfilaba la cuesta abajo, el otro se perdió en peleas absurdas y el Atlético seguía sin guardameta. La pasada temporada se rizó el rizo. Burgos se hizo el haraquiri en Sevilla, Juanma cumplió hasta que lo acuchilló Manzano y Aragoneses se encontró con la patata caliente y se abrasó. Por si al culebrón le faltaban protagonistas, también andaban por allí Sergio, Pindado, Lledó... Y este es el escenario que se encuentra ahora Leo Franco. Si es supersticioso, le asustará el gafe. Si es sensato, estará feliz: la situación sólo puede mejorar.