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10 kilómetros de pereza en Lille

Correr es un básico en el fútbol y la data participa en todas las maneras posibles de medir las métricas: distancias, velocidades, explosividad en las reacciones de los jugadores, etc. Su interpretación lleva en muchas ocasiones a lecturas demagógicas. Correr mucho no significa correr bien, pero en la segunda jornada de la Liga de Campeones se produjo un caso palmario de equipo que se esforzó más y mejor por conseguir la victoria. Fue el Lille, que recorrió 10 kilómetros (117,9-107,1) más que el Real Madrid, un kilómetro más de media por jugador, y venció con justicia inapelable.

El partido significó la primera derrota del Madrid en los últimos 36 partidos, la primera en la Copa de Europa desde el 4-0 que le endosó el Manchester City en mayo de 2022, la primera en esta temporada 2024-25, la primera, en definitiva, de una saga estadística que explica con números el impresionante éxito del equipo, que ha convertido la competición más prestigiosa del fútbol en una especie de jardín particular. Explicar el éxito pasa esencialmente por la capacidad del equipo para construir incomparables momentos, no un juego inolvidable.

En muchos aspectos, su actuación en Lille no se diferencia de tantas otras en la temporada anterior y en las precedentes. Hace dos semanas, contra el Stuttgart, Courtois resolvió los graves problemas que atravesó el Real Madrid en el primer tiempo y en algunas fases del segundo. La victoria se explicó como la inevitable película, mil veces vista, protagonizada por un equipo que encuentra la manera de ganar, no importa la categoría del equipo en la escala del fútbol.

El Lille es la versión francesa del Stuttgart, equipos de toda la vida en sus países, con algunos picos brillantes –los dos han ganado el campeonato nacional en este siglo– y valles que pueden llegar a ser profundos: el equipo alemán descendió a Segunda División en 2020. Ancelotti alineó a su equipo fetén para derrotar al Lille, sin el lesionado Courtois y el renqueante Mbappé, que se sentó en el banquillo. Regresó Camavinga y se estableció el dibujo que el técnico del Madrid establece en las grandes ocasiones: 4-4-2 (Valverde, Tchouameni, Camavinga y Bellingham en el medio campo, Endrick y Vinicius en la delantera). Un equipo que demanda energía y velocidad, sin faros de niebla.

El Madrid fue menos enérgico que el Lille, corrió mucho menos, corrió mucho peor y no encontró las vueltas al partido, entre la frustración de varios de sus jugadores (Endrick, Camavinga, Modric y Bellingham) cargados con tarjetas por entradas destempladas. Sin estrategas en el campo, frente a un rival que le enfrentó sin temor y con descaro, que le impidió volar al contragolpe y le incomodó en todas las zonas del campo, el Madrid no se rebeló a la derrota hasta los últimos cinco minutos, entre ocurrencias tremendistas –Rüdiger se estableció como delantero centro– y la inteligencia de Güler para detectar rendijas, buscar paredes, aparecer a la espalda de las defensas.

No hubo repetición de la película. A última hora, el Madrid descubrió que el Lille tenía un portero competente y que su rival no iba a dejarse intimidar por la historia, el escudo, las estrellas, el karma o lo que sea que diferencia al campeón de Europa. En cambio, el Lille profundizó en los déficits actuales del Real Madrid: pesadote, sin imaginación, reiterativo, sin finura pensante, obsesionado con despegar en los contragolpes y sorprendentemente perezoso en los retornos. En Lille se agregó otro problema, grave de verdad. En la temporada anterior, con varios de sus jugadores lesionados de larga duración, el Madrid respondió con una determinación y un compromiso ardiente, un equipo que ha perdido de golpe su espíritu espartano: concedió 10 kilómetros de ventaja, esfuerzo y orden al Lille. Si no holgazaneó, lo pareció.

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